La influencia de la publicidad en la infancia
En esta entrada del blog comparto una entrevista que me han realizado sobre la influencia de la publicidad en la infancia.
¿La publicidad infantil puede llegar a influir en la personalidad del niño? ¿Puede llegar a educarle?
Educar hace referencia a poder desarrollar facultades intelectuales, morales y afectivas de una persona de acuerdo a una cultura y las normas de convivencia en la sociedad a la que pertenece. Desde este punto de vista la publicidad nunca podría reemplazar a esta función parental y la de los agentes sociales destinados para este fin en la infancia (maestros, docentes, cuidadores…).
El acto de educar siempre va ligado a un vínculo entre un adulto y un niño. Por lo que, seria mejor hablar, de educar ante la publicidad, que tiene por objeto propiciar cierto consumo o crear una demanda, donde el único vínculo viene dado por la fidelización del cliente. Es decir con el único interés de generar posibles compradores, consumidores, espectadores y/0 usuarios.
Ahora si hablamos de influencia, la publicidad es indudable que la tiene, para niños y adultos. Es el gran reto de estos tiempos, poder tomar cierta distancia ante la masificación y homogeneización de ofertas que nos rodean, en el metro, en la calle, en la tele y/o las redes sociales. Y los padres ante los niños tienen una responsabilidad moduladora de esa influencia crucial.
¿Crea la publicidad estándares en la mente de los niños? Cuerpo, personalidad, ropa, juguetes que tienen que tener para ser aceptados…
La publicidad puede crear estándares, pero no todos consumimos lo mismo, ni de igual modo. Aquí entra en juego el propio desarrollo de la subjetividad humana que se inicia desde la primer infancia, cuando el niño es reconocido desde su singularidad. En la adolescencia es cuando se vuelven más visibles los fallos en este desarrollo que pueden haberse pasado por alto en la infancia. En donde los modelos publicitarios, youtubers, personajes públicos, etc. pueden quedar en el lugar de verdaderos gurús de lo que hay que ser, hacer, sentir, pensar y consumir, para sentirse aceptados, valorados, queridos. Vivimos tiempos en donde no siempre es sencillo encontrar un lugar de aceptación social sin ceder en la individualidad.
¿Cómo funciona la mente de un niño/a al ver un anuncio, por ejemplo, de juguetes?
Primero tenemos que pensar en un niño en su conjunto, no un mero funcionamiento cerebral aislado de su historia y su contexto para intentar comprender algo de estos aspectos tan esencialmente humanos, como es el deseo.
Hay muchos aspectos para tener en cuenta, sólo mencionaré uno entre muchos otros. El niño durante su desarrollo, pasa de lo que Sigmund Freud denominó principio de placer a principio de realidad. Se refiere al conjunto de la actividad psíquica que tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer, que poco a poco va ganando terreno la realidad que se impone como principio regulador que permite que se toleren ciertos rodeos en la satisfacción que se ajustan a las exigencias externas. Aparece la espera, la tolerancia cada vez mayor a la frustración, la consecución de objetivos a largo plazo.
Este paso siempre gradual, no está exento de resignaciones, que ya no permiten mantener una fantasía de omnipotencia, de tenerlo todo, de ser todo. Aceptación crucial para que la salud mental tenga sus bases y para que el deseo crezca y tenga lugar. Quien no tiene, desea; y como desea, hace, crea, aprende, espera, tolera, acepta… si hay en sobreabundancia el deseo queda aplastado. Este es el efecto que el intento de “dar” todo – como si esto fuese posible- a los niños trae aparejado, lejos de un estado de placer y disfrute, sólo un cierto agrado instantáneo y pasajero.
Este funcionamiento humano permanece en diverso grado en unas personas u otras durante toda la vida y las técnicas de publicidad recogen alguna de estas cuestiones. Ciertos objetos, o realizar ciertas cosas pueden dar lugar a mantener durante un instante algo de estas fantasías dejadas atrás. El niño al que se le da cuanto pide se encuentra obturado de poder realizar este proceso de aceptación que de lugar a su desarrollo subjetivo y puede entrar en un bucle repetido de necesidades compulsivas que exigen ser calmadas y que no permiten tolerar pequeñas frustraciones, cuando la verdad es que ciertos aspectos de la vida antes o después frustran y mucho.
Lo crucial no es el efecto del anuncio en el niño, sino como lo significan también sus padres. ¿Modulan o potencian?
¿Cree que cierta publicidad infantil trata de manipular las emociones de los más pequeños?
Puede, pero básicamente a los que enganchan luego en la respuesta es a los adultos, sobretodo a quienes sienten culpa de no poder compartir más tiempo con sus hijos, o que no toleran ser quien provoca cierta frustración y así vemos cantidad de niños a los que nadie les pone limitación ninguna. Deciden cuando dejan la cama de los papás, la chupa, la teta… niños que poco a poco sus padres convierten en pequeños tiranos, que organizan y disponen de todo y de todos los miembros de la familia.
¿Se puede considerar a los niños un público fácil por su “fragilidad emocional”?
Los niños son reflejo de sus padres. Si ven que ellos se sienten a gusto consigo mismos, con lo que tienen, conservan su deseo de aprender – que exige aceptar que no se sabe todo-, son curiosos, disfrutan de los momentos en pareja o conjuntos, son capaces de valorar los logros cotidianos de sus hijos, los acompañan en sus inquietudes, les hablan con franqueza y estimulan su desarrollo, que hace que se sientan respetados, atendidos y queridos por ser como son, posiblemente doten a sus hijos con las herramientas adecuadas para comprender lo que no puede ser, ni tenerse -no siempre en buen grado porque no es grato- y encontrar el modo de construir sus propios proyectos con los que obtener sus objetos más preciados.
Entrevistadora: Andrea Diaz, estudiante de Periodismo de la Universidad de La Laguna.
Tema: La publicidad infantil y las emociones de los niños.