Niños hiperregalados, padres hiperestresados
Llega la Navidad y con ella los regalos, que se han convertido en un gran reto para los padres que intentan evitar los excesos. Hoy hablamos de niños hiperregalados, pero lo «hiper», lo excesivo, lo podemos ver en muchas aspectos, niños hiperprotegidos, hipervigilados, hiperestimulados, hiperconectados, hipersexualizados, hiperactivos, hiperdiagnósticados, hipermedicados.
El regalo como obsequio, en el escenario de los excesos, pierde su sentido como detalle de intercambio afectivo. En donde se pasa de conocer al niño, a “ese niño” con sus anhelos e intereses a adquirir los objetos de moda señalados esperando igual resultado en todos los niños. Cosa que no ocurre.
Cada vez vemos a más niños a los que se busca ¿hiperpreparar? para el futuro que pasan largas jornadas en actividades, organizaciones escolares, entrenamientos, -de las que protestaría todo sindicato por abusivas- que dan cuenta del mundo hiper, de los excesos, que vivimos…
¿Qué consecuencias provoca en los niños el exceso de regalos?
A pesar de que muchas veces la avalancha de regalos se realiza esperando una total satisfacción, lo que vemos a corto y largo plazo es que termina provocando apatía, desgano, desmotivación, genera dificultades para mantener la concentración y la constancia en la realización de una actividad y acarrea graves dificultades para tolerar la frustración (lo que no puede ser).
Los juguetes como representantes de satisfacción plena, que todo lo colmen, siempre fallan ya que invocan a un imposible. El deseo humano no puede ser colmado. Siempre queda un juguete “no tenido”, “no regalado”, que representa la confrontación con la realidad misma, en donde la satisfacción inmediata, desmedida o desmesurada, no tiene lugar.
Esta en la esencia de los niños pedir, no podemos esperar que sean capaces de autogestionarse como si de un adulto bien constituido se tratase. Que organicen sus horas de estudio, su tiempo de PlayStation… irán haciéndolo, pero gradualmente. Toca a los padres acompañarlos en la aceptación gradual de lo que no puede ser y en recorrido hacia su autonomía. Mientras “¿todo?” les es dado más se prolonga la dependencia a ese otro dador. Y llegan a adultos esperando pasivamente que otro les de… (familia,pareja, jefe, estado…)
¿Qué sucede con los padres?
Algunas veces estamos ante padres que invadidos por sus sentimientos de culpa, de no poder estar el tiempo requerido junto a sus hijos encuentran un modo compensatorio siempre fallido. Donde regalar más y más caro puede volverse una moneda -devaluada, hiperinflacionaria- con las que enfrentar las ausencias.
Padres a los que se les confunden las demandas de objetos por parte del niño, no pudiendo captar, qué pide un niño cuando pide. En cada pedido siempre hay una demanda de amor que la sustenta, de tiempo compartido, de ser escuchados, de poder jugar con mamá o dar un paseo con papá, que se les lea, pintar o cocinar juntos… Cada niño y en cada momento va dando cuenta de sus necesidades de múltiples modos – a veces a través de enfados y “caprichos”- si somos capaces de observarlos.
Los niños hiperregalados van ligados a padres hiperestresados, hiperinfantilizados
Pasar por alto esta necesidad esencial de la infancia sólo provoca padres hiperestresados, trabajando horas extras, recorriendo todos los centros comerciales buscando punto por punto la lista de pedidos.
Padres hiperinfantilizados, que se pierden de ocupar su lugar de adulto y quedan identificados con sus niños, como un niño más, enrollados en la fantasía “omnipotente infantil” de poder regalar de “todo”. Perdiendo la autoridad, el sentido común y su capacidad de poner límites influidos ellos mismos en el hiperconsumismo.
Padres que posiblemente tampoco encuentran modos para plantear y organizar ingeniosos modos en los que establecer modos de regalarse en familias numerosas. (Limitar aun regalo por persona, guiar en los intereses del niño, realizar un“amigo invisible” con un único regalo para cada miembro de la familia a decretar por sorteo, etc.)
Padres que se convierten en animadores, payasos, que tienen que tener a sus hijos siempre entretenidos, divertidos y “felices”. Padres que ante el temor a decepcionar a sus hijos -lo cual es inevitable en la crianza-, no ponen limitación alguna, dejándolos también así sumamente desprotegidos.
Otros que en el afán de darles lo que ellos no han tenido se privan de darles lo más valioso que los padres podemos dar, nuestro tiempo, tan difícil de conservar en estas épocas. Los niños necesitan tiempo para poder estar tranquilos, sintiéndose cuidados, sin exigencias ni obligaciones algunas horas al día. Un tiempo de juego compartido, de soñar, de fantasear y de crear.
¡Puedes tenerlo todo!
Cuando la función parental por excelencia pasa por la contención emocional a sus hijos se muda a “tú puedes tenerlo todo”, “todo es posible… sólo hay que desearlo” tan de los tiempos actuales, da lugar a niños que crecen sin herramientas para la vida, en donde las cosas no son así. Y a niños que ante cada tropiezo de la vida -indispensable e inevitable- no saben por donde seguir o ya se dan por fracasados.
¿Qué espacio queda para transmitir el valor del esfuerzo, la constancia y dedicación que siguen siendo tan o más necesaria que en otros tiempos, y que dan cuenta de la aceptación de limitaciones aceptables no aplastantes que permiten proyectar planes de aprendizaje o superación realistas y ajustados a su realidad, capacidades, características…?
El control de los impulsos, la espera, la constancia, la creatividad, el esfuerzo, la motivación se desarrollan conjuntamente a la aceptación -siempre dolorosa- de lo que no puede ser, lo que no se puede tener. Esperar tener o ser lo que no se puede, impide poder hacer lo que sí está en nuestras manos crear, propiciar o lograr para acercarnos más a como querríamos ser.
Los niños siguen siendo niños, y hoy como ayer siguen necesitando momentos con sus padres, que son las personas que pueden darles las herramientas para conocerse, y comprender el mundo que les rodea. Son quienes les ayudan a distinguir sus emociones, a encontrar modos de enfrentarse a sus miedos, gestionar sus frustraciones y sentirse reconocidos y valorados como seres capaces de desenvolverse en el mundo.
Cuando esto falta el niño se siente sólo, incapaz de enfrentarse a sus conflictos -que no tiene con quién hablar y compartir- y el mundo puede tomar un tono amenazador, aunque habite una habitación repleta de juguetes.
Si somos capaces de no marearnos ante lo que nos rodea y nos mantenemos sensibles y atentos para dejar ser y acompañar a cada uno de nuestros niños desde su singularidad, encontraremos espacios en los que regalarles lo más preciado que tenemos, tiempo juntos.
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