¿Jugar por jugar? – El juego en pandemia
Este artículo surge luego de una entrevista que me han realizado en la radio la autonómica* hace un par de días. La temática de la misma giraba en torno al jugar en al infancia y a la oferta de algunos juguetes surgidos durante esta pandemia que estamos atravesando.
«La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego»
Sigmund Freud
Jugar es cosa seria
Suele decirse: «No es más que un juego», «Es un juego de niños», como si de una actividad simple y poco productiva se tratase. Y es que el jugar, tan suyo en sus formas. Impredecible, con resultados inesperados o inciertos y que no acepta un final del juego establecido de ante mano, se desmarca de lo pautado. El juego siempre tiene algo de nuevo y algo de viejo, algo sabido y algo incierto, y se rige por una lógica distinta. Se trata de una actividad improductiva, desinteresada, autónoma, que no obedece a metas fuera de sí misma. En él nunca queda establecido qué es lo que se debe hacer, sólo esta claro lo que no está permitido y que nos deja inmediatamente «fuera del juego». En el juego los objetos se liberan de los significados convenidos y funciones de utilidad.
La trascendencia del juego
¿Por qué los niños juegan? ¿Qué importancia tiene el juego en la infancia? Mediante el juego el niño toma aspectos de la realidad externa y los usa a favor de su realidad interna. Por medio de esta acción, el niño tiene la posibilidad de elaborar vivencias, expresar aspectos propios o ajenos que lo inquietan o no comprende, repitiendo en ellos escenas vividas y/o comportamientos observados en las personas que lo rodean. A través de la experiencia con los objetos, en los inicios desde la sensorialidad, se comienza un recorrido que culmina en la formación de símbolos, que permitan representar emociones, impresiones y vivencias y comunicarse con otros sujetos.
Es en el juego como el niño construye modos de hacer ante la realidad -interna y externa-, que dan lugar a una buena integración de sí mismo, mejor conocimiento del entorno y le posibilitan una mayor comprensión de sus modos de vinculación con otros y en el medio cultural en el que se desarrolla. En el juego, el cuerpo en movimiento, en acción, con el contacto sensible del juguete o de otro cuerpo puede ir integrando sus percepciones e impresiones físicas y emocionales, configurando su existencia en el espacio, donde el medio físico y social ofrecen un límite que conforma el juego, y permiten iniciar el recorrido hacia la simbolización.
La capacidad de jugar
En el juego el niño se expresa, se nutre de él y sus posibilidades para que todas sus fantasías, deseos, temores, ansiedades encuentren modos de manifestarse. Mientras jugamos accedemos a un mundo en el que no hay límites para la imaginación y nos ofrece un canal de expresión para muchos aspectos que no tendrían lugar de otra manera. «Jugamos a que yo era… el superhéroe, el niño perdido en el bosque, el ogro más horroroso«. En el jugar, dar juego y poner en juego, el niño va transformándose, enriqueciéndose y adquiriendo modos de expresión más variados y complejos.
La capacidad de jugar es un indicador de salud mental y resulta una herramienta privilegiada de gran valor simbólico en el análisis infantil. Un niño que no puede jugar, o que hace uso de un juego muy estereotipado y ritualizado queda invadido por emociones, impresiones y vivencias, que muchas veces no logra comprender y de las que aún no puede poner en palabras o representar y que termina repercutiendo en su bienestar y desarrollo.
Jugar es cosa de chicos
El juego es una zona intermedia entre lo objetivo y lo subjetivo y este espacio será el germen de la creación artista en el adulto. ¿No expresa el poeta su dolor, su emociones más profundas, sus pérdidas, su mirada ante lo que le rodea, o contagia su entusiasmo a través de su creación? ¿No toma el músico, el pintor, el cineasta aspectos de la realidad y los recrea desde su realidad interna para dar lugar a la creación artística? Jugar no es sólo cosas de chicos y conservar esta capacidad en la adultez, no sólo resulta beneficioso para la propia persona sino que se convierte en una valiosa posibilidad de encuentro en la crianza.
“Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio, o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada”. (Freud) El niño se entrega y se compromete con el juego con la misma seriedad que el poeta crea su mundo fantástico. La aparente renuncia al juego por parte del adulto no es más que una permutación: el adulto, en lugar de jugar, fantasea. “Construye castillos en el aire; crea lo que se llama sueños diurnos”. (Freud) Se pasa del juego – más exhibicionista -, al fantaseo – privado- , a jugar con las palabras, las inflexiones de la voz y el humor. Para Freud el poeta, a través del placer estético, conseguiría que el lector estuviera en disposición de disfrutar de las fantasías que de otro modo resultarían vergonzantes.
En esta zona intermedia de la experiencia, dónde se originó el juego, adviene después la experiencia cultural en sus distintas formas: las artes, la religión, la labor científica, y, en general, la vida creadora.
El juego en terapia
Desde el psicoanálisis el juego es un gran logro cultural del niño, una renuncia instintiva, con función catártica, que posibilita el contacto del niño con la realidad, que alimenta la fantasía. Mediante el juego el niño puede adoptar un rol activo sobre tendencias que han sido vividas pasivamente, y que tienen relación con la compulsión a la repetición. Una repetición simbolizada o simbolizante, que puede dar lugar a la elaboración de experiencias traumáticas. A través del juego se conquista una forma de vida, un espacio entre fantasía y realidad y un modo de expresión de fantasías, deseos y experiencias.
La reconocida psicoanalista Melanie Klein fue la primera en incorporar el juego en las sesiones psicoanalíticas con niños en 1921. A fines de la década de 1940, Esther Bick –con el apoyo del psicoanalista John Bowlby– fundó el curso de capacitación en psicoterapia de niños en la Tavistock Clinic en Inglaterra. En la actualidad numerosos enfoques terapéuticos incluyen el juego como herramienta de encuentro terapéutico con niños.
Donald Winnicott dedicó gran parte de su obra a estudiar el juego y la creatividad. Para él el juego era terapéutico en sí mismo y en la psicoterapia se da lugar a una superposición de dos áreas de juego, la del terapeuta y la del paciente. «Mira que sólo es un juego…» me advierten a veces los niños, no vaya uno a despistarse, romper la ilusión y salirse del juego.
Empezar a jugar
La confianza que ofrece la madre suficientemente buena se convierte en un campo de juego, en espacio lúdico, en espacio transicional, y dentro de esta zona de ilusión aparece la primera posesión: el objeto transicional. Un objeto que está en en una zona intermedia entre lo subjetivo y lo objetivo y que suele utilizarse como defensa ante la ansiedad. Una mantita, un muñeco preferido, que los padres conocemos muy bien la importancia de llevarlo y de permitir que se ensucie o tenga mal olor con tal de que el lavado no interfiera en la continuidad de la experiencia del bebé. Y que suele requerir de él a la hora de acostarse, en momentos de soledad y/o peligro.
Jugar en tiempos de covid-19
Vivimos un momento de impacto, de gran incertidumbre, por la irrupción de una realidad desconocida que compromete nuestros referentes habituales y nos evoca el desamparo originario del ser humano y el ser mortales. Vivencias ante las que los niños no están al margen, aunque los padres nos las ingeniemos creando filtros protectores. Ellos perciben nuestras ansiedades, escuchan nuestras conversaciones y observan los numerosos cambios que se vienen produciendo en el núcleo de cada una de sus familias: enfermedad o pérdida de seres queridos, imposibilidad de visitarlos o compartir todos juntos, desempleo o inestabilidad laboral, sobre esfuerzo de sus padres en el teletrabajo y las múltiples medidas incorporadas en sus espacios de aprendizaje y esparcimiento.
Para algunos niños el juego puede representar – en este momento más aún – el terreno reservado, protegido de contaminaciones externas. Para otros puede convertirse en el escenario en el que éstas se representan y «se ponen en juego». También pueden intercalarse ambos usos del juego y del jugar. Desde Marzo vemos niños que construyen mascarillas y pantallas con el material que tienen a su alcance, pintan arco iris, se convierten en médicos debidamente protegidos, dibujan monstruos, moldean sensaciones y nos muestran sus miedos más profundos, ansiedades y momentos de gozo, que también puede haberlos.
Oportunidades en el cambio
Para algunos niños estos cambios pueden no tener un tinte únicamente negativo. Algunos han recuperado otro tiempo, otros ritmos de actividad y descanso. Niños que durante en el confinamiento – o aún – han dispuesto de más espacios cotidianos junto a su padres, por ejemplo en el almuerzo, o que tienen posibilidades de otras experiencias de aprendizaje… etc. Si bien la situación es de gran impacto no todas las familias cuentan con las mismas posibilidades de resiliencia, ni recursos yoicos, ni red de apoyo. Y en cada familia cada integrante también tendrá sus propios recursos para atravesar la tensión sostenida durante este tiempo.
Algunos niños han vuelto a re-encontrarse con los antes mencionados objetos transicionales durante la pandemia. Algunos que ya lo habían dejado por algún cajón, han vuelto a por él. Los hemos visto de nuevo en las estanterías, estando presentes, cerquita, acompañando a transitar etapas que algunos niños habían dejado atrás. Volverán al cajón, caerán en el olvido, cuando ya no les hagan falta.
El espacio para jugar
El juego puede brindar la posibilidad de realizar un trabajo «digestivo» de las vivencias tenidas de modo singular en cada uno. La posibilidad de los padres y las madres de conectar con ese mundo infantil y poner en juego, en un jugando conjunto las emociones, afectos y duelos que a cada uno le toque atravesar, puede ser un factor protector de la salud psíquica en la familia. Evidentemente en aquellas familias en donde existan problemáticas emocionales, biológicas, educativas, sociales, económicas, familiares previas a la pandemia que atravesamos el desafío será mayor.
Tampoco el juego se juega en el vacío, requiere un espacio en el que se dispone cierta libertad para desenvolverse y algún objeto al que dar uso, una tapita, un cordel, papel, pueden dar rienda suelta a la imaginación. No hacen faltan sofisticados juguetes automatizados ni costosos, que a veces entorpecen más el juego, sino simples y versátiles. El objeto en sí, el juguete, no es el protagonista principal, puede acompañar pero no es indispensable. Los juguetes, o los objetos utilizados en el juego, son meros mediadores que pueden ser cargados de significado, uso y valor, y que a su vez tienen una existencia previa y una constitución propia que limita a qué pueden ser jugados.
El tiempo de jugar
Para Winnicott «El jugar tiene un lugar y un tiempo, no se encuentra adentro, tampoco se da en un afuera, es decir, no forma parte del mundo repudiado, el no-yo, lo que el individuo ha decidido reconocer como verdaderamente exterior, fuera del alcance del dominio mágico. Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no sólo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer”.
Para poder jugar hace falta tiempo, parece una simpleza pero en la urgencia no hay posibilidad de juego. La urgencia está ligada al futuro – que en este momento resulta exponencialmente más incierto que en otros tiempos – y el juego en cambio está en el aquí y ahora. Aquí los padres tenemos mucho protagonismo para contribuir a la creación de tiempos para el juego en la organización de nuestras rutinas, si podemos ver el valor del juego y del jugar, mucho más allá de una mera «pérdida de tiempo».
Bibliografía:
Freud, S. (1908), «El creador literario y el fantaseo», Obras Completas, IX, Buenos Aires, Ed. Amorrorrtu, 1976.
Winnicott, D. (1971), «Realidad y juego», Barcelona, Ed. Gedisa, 1979.
*Entrevista realizada en la Radio la autonómica, en el programa Tarde o temprano del 16/11/20. Agradezco el espacio repetido que me brindan para compartir brevemente algunas de mis impresiones. Escuchar entrevista.