Cuando el cuerpo habla
«Lo que no se puede decir con palabras lo habla el cuerpo”
Francoise Dolto.
Vivimos una época caracterizada por un excesivo cuidado y exhibición del cuerpo, en donde los adultos disponemos de todo tipo de operaciones estéticas en busca de una juventud perdida o de un cuerpo más cerca del ideal que del real de la vida. No me refiero al cuidado, sano, normal, sino a la búsqueda de cierta perfección depositada desde los adultos en el cuerpo adolescente.
Paralelamente la OMS viene alertando del predominio de manifestaciones en las que el cuerpo es protagonista en adolescentes en grados realmente inquietantes. Aumento en trastornos de la alimentación (obesidad, bulimia, anorexia) en el uso de drogas que modifican el estado de estimulación física, conductas de riesgo, conductas autolesivas y los alarmantes casos de suicidio en niños y adolescentes.
Cuando el cuerpo grita
«¿Qué era, aquella quemazón, aquel asombro, aquella infinita insuficiencia, aquella dulce,
aquella honda, aquella radiante sensación de las lágrimas al aflorar? ¿Qué era?» R. M. Rilke
En el trabajo psicoterapéutico con niños y adolescentes vemos como el cuerpo se muestra de diversos modos. A veces como señales de alerta otras como gritos desesperados que no pueden pasarse por alto. Veremos que cuerpos solemos recibir, cuerpos subjetivos, historizados, que son siempre más que un mero soma.
Algunos niños nos ponen en escena en el espacio psicoterapéutico su cuerpo a través de enuresis o encopresis. Dificultades que implican un uso particular del cuerpo y que se dan justamente en el límite del intercambio con el otro. Me lo guardo todo, se reboza, te lo doy, lo largo, se diluye mi cuerpo, se me escapa en cualquier momento, parecen decirnos estas dificultades.
Otras veces el cuerpo se hace presente a través de dificultades psicomotrices como hiperactividad, torpeza motriz y accidentes repetidos. Cuerpos depositarios de moretones, cicatrices, raspones, que nos muestran niños que van a los tumbos por la vida, que con sus golpes o movimiento convocan a otro, demandan la construcción de una piel que lo frene, lo envuelva y contenga. Hay cuerpos que se irritan, inflaman, manchan, brotan, infectan.
«Los alimentos circulan por el cuerpo y hacen de uno quién es,
así que hay que tener cuidado con lo que se ingiere o se deja de ingerir»
Marcas de Nacimiento. Nancy Huston
Algunos niños y/o adolescentes nos traen cuerpos abandonados, descontrolados, obesos, frente a otros raquíticos, pesados y medidos al milímetro a los que se debe controlar hasta el cansancio lo que se incorpora y lo que puede permanecer dentro. Donde lo temido queda fuera, expulsado o prohibido de incorporar.
Nos llegan cuerpos que no dejan de adorarse y admirarse que no pierden oportunidad de exhibirse, exponerse. Otros en cambio, llegan tapados al completo, cuerpos que se avergüenzan, que se desconocen, que vienen a rastras empujados o acompañados, donde cada paso se vuelve un desafío, que parecen cargar culpas- generalmente más ajenas que propias-, odios reprimidos, ideales desmedidos, ilusiones rotas.
Vemos también en consulta cuerpos que van como desligados de la cabeza, alocados, expuestos a situaciones de peligro, a los que anestesiar, drogar, emborrachar, cuerpos a los que hay que excitar y estimular sin parar, que parecen urgidos de llenar con algo una sensación de vacío insoportable.
Cuerpos que se ofrecen al mejor -o cualquier- postor, que se desnudan, se entregan como despojados de un sentir y de un encuentro intimo genuino. Otros son cuerpos anestesiados (tal vez a los que el dolor los ha sobrepasado) o cuerpos cortados, arañados, escoriados, marcados, que tal vez van como buscando sentir ¿Recuperar sensaciones o sentimientos no sentidos, no enlazados, que los han excedido? ¿Cuerpos que gritan lo que las palabras no pueden decir? ¿Cuerpos donde tal vez algo de la indiferencia, del no registro, se hace insoportable?
Otros cuerpos dan cuenta del desamparo, son cuerpos ignorados, olvidados, apropiados por otros, usados, golpeados, ultrajados, humillados que dan cuenta de la violencia del mundo adulto. Vemos cuerpos adolescentes heridos y cuerpos que hieren a otros, que atacan violentamente, acosan, violan y matan.
Nos encontramos con cuerpos que se sienten enfermos sin estarlo y otros que estándolo reniegan de ello. Cuerpos que dan muestras de dolor, que requieren adaptaciones, replanteos de hábitos, de maneras de andar en el mundo, que requieren cuidados especiales y que a veces necesitan toda la energía psíquica en la recuperación de un estado de salud afectado. Cuerpos deficitarios, anómalos, limitantes, discapacitantes.
Nos llegan cuerpos con marcas que parecen portar permanencia y reasegurar un aspecto narcisista a través de un tatuaje que congele el paso del tiempo. Otros con marcas que intentan apropiarse súbitamente del propio cuerpo buscando marcas propias que los diferencien de marcas de origen, que se vuelven señales de identidad (tatuajes, ampliaciones y piercing) forjadas en el propio cuerpo que se diferencie de los ideales de los padres, que van como gritando “El cuerpo es mio” ante profundas sensaciones de pegoteo y de indiscriminación parental.
También vienen a consulta cuerpos que llevan sus marcas de placer que guardan huellas de besos intensos de pasiones amorosas. O marcas corporales que identifican, que tienen una historia que les precede, son aquellas cicatrices que han podido cerrarse y que recuerdan que se ha vivido.
¿De qué nos hablan éstos cuerpos?
«Es como si, por aparecer diferente, se hubiera vuelto más él mismo”
José Saramago. El hombre duplicado
¿Qué nos muestra cada uno de estos cuerpos? ¿Cuál es su historia? ¿Qué nos dice cada marca, cada cicatriz? ¿Por qué éstas manifestaciones en el cuerpo? De un modo u otro son cuerpos que nos interrogan. Que nos demandan no pasarlos por alto aunque nos ocupemos primordialmente de las emociones, cogniciones, afectos y el psiquismo.
Cuerpos que nos hablan, que nos piden ayuda, que dicen lo indecible o impensable, lo que no ha podido ser representado o integrado de otro modo. Cuerpos que buscan entenderse, comprenderse, cuerpos que no se resignan a sufrir y que buscan modos de ser ayudados. Cuerpos que tienen su mensaje siempre personal y único a transmitir que habrá que poder escuchar, recoger y saber interpretar. Cuerpos fragmentados que buscan que alguien los ayude a integrarse, cuerpos vividos a préstamo que buscan dueño, que necesitan dar sentido a las sensaciones y emociones que experimentan, que están ávidos de miradas y palabras que los sostengan.
Por eso todas estas dificultades que ponen de relieve lo corporal en la infancia y la adolescencia nos convocan a pensar en el cuerpo como espacio en donde manifiestan el malestar psíquico entrelazado a lo fisiológico. Cuerpos que ponen en escena diversas problemáticas siempre ligadas a las vivencias subjetivas y a las posibilidades afectadas de elaborar la angustia. Cuerpos que se expresan y forman parte de los modos de comunicación humana desde los inicios de la vida insertos en una cultura, como modos de expresiones previas al lenguaje verbal.
Cuerpos a los que, para poder ofrecer una ayuda adecuada, debemos antes realizar reflexiones profundas a cerca de los estímulos y la cultura actual que están en la base de la elección del cuerpo como modo de expresión. Y nos interrogan sobre las posibles incidencias sobre la organización psíquica que los cambios en los vínculos familiares y en los modelos de crianza pueden generar, para desde allí poder responder a esos niños y adolescentes que sufren en silencio, sin palabras.