¡Te quiero, (casi) siempre!
La ambivalencia en la maternidad
La idealización de la maternidad suele estar asociada a la felicidad plena, al amor ilimitado y la entrega absoluta de la madre para con su hijo. Una maternidad que no da cuenta de la compleja transformación interna que requiere, cargada de emociones ambivalentes.
La maternidad no se adquiere por gestar o dar a luz, ni viene garantizada por lazos sanguíneos, ni legales, sino que requiere toda una construcción de un rol -no exento de renuncias- y acompañado de emociones ambivalentes. Cuando la maternidad es idealizada da lugar a sentimientos de culpa de diversa intensidad en las madres que perciben que no se sienten o responden como exige el patrón de madres abnegadas, siempre dispuestas y sonrientes.
Enjambre emocional
«Madre, madre, tú me besas,
Caricias – Gabriela Mistral
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…»
La mamá de un recién nacido suele estar encantada, enamorada de su pequeño, y es esperable que así sea para la construcción de un vínculo que reporte seguridad al bebé. Todo de él le parece precioso, sus manitos, sus gestos. Cuando la mira o cuando le sonríe, se olvida del mundo. Pero, en la medida que pasan los días, las emociones pueden intercambiarse con sensaciones de cansancio, agobio, euforia, alivio y frustración. Una mezcla confusa derivada de la consciencia de la responsabilidad que implica ser madre y la satisfacción se serlo. Al cometido de asegurar la supervivencia, el crecimiento y bienestar del bebé, le acompañan diversos miedos y preocupaciones que interpelan a la madre en sus capacidades maternales de cuidado, alimentación, sostén emocional de su bebé… etc.
¿Malas madres?
Cada vez son más las mujeres que se animan a mostrar su manera de vivir estos aspectos ambivalentes -muchas veces obviados- de la maternidad. “Tener hijos es perder calidad de vida” , “Desde que soy mamá no cuento con tiempo para leer en tranquilidad, darme una ducha tranquila, escuchar la música que me gusta, ni vestir de blanco…” Son sólo algunos ejemplos de entre muchos más.
Madres que sienten que no encajan en el mito de la panacea de la maternidad siempre feliz, de la mujer plena y realizada, dedicada al completo a sus hijos. Madres que pueden vivir con cierta incomodidad o enjuiciamiento social este vivenciar que no se corresponde con el ideal.
Pero lo cierto, es que el cansancio, el aburrimiento, la desgana y el odio también forman parte de la vida. Cualquier madre normal puede querer “dejar a su bebé todo el día en casa de su abuela”, “que se lo llevé el padre por un mes”, “que desaparezca de su vista” pero al instante lo mira y, en cuanto le sonríe, a ella se le olvida que estaba cansada y saturada de su llanto, y lo vuelve a querer y lo cuida. (Michelena)
¿Qué es la ambivalencia?
La ambivalencia está compuesta por la experimentación de sentimientos de amor y de odio hacia la misma persona que se desarrollan en nuestro interior de una manera más o menos consciente. Esta presente en cada una de nuestras relaciones, no necesariamente es patológica y no la podemos evitar. Ya que no existe la relación afectiva de puro amor o puro odio, ambos sentimientos van relacionados y se encuentran en conflicto en nuestro interior.
Nos sucede -nos demos cuenta o no- con cada uno de los hijos, con la pareja, con los amigos; nos encantan por unas cosas y nos fastidian por otras. Eso también es parte de la vida y de los vínculos que establecemos.
La ambivalencia esta presente en los seres humanos desde que nacemos, el amor y el odio hacia nuestras primeras figuras de apego, dirá John Bowlby, son inevitables. Sigmund Freud introdujo el término en 1912 -tomado de Bleuler- en su escrito sobre interpretación de los sueños y luego en relación a los sentimientos ambivalentes experimentados por los niños hacia sus hermanos en los celos fraternos y sus padres en la rivalidad edípica.
El grado de regulación de este conflicto entre sentimientos amorosos y odio es lo que caracteriza la salud psíquica y emocional de los seres humanos. Cada uno debe buscar el modo de ubicarse en esas contradicciones y decir las cosas que le molestan sin causar un daño irreparable. Por ello, el odio es normal y forma parte de todas las relaciones normales humanas.
¿Madres ideales?
«Niño, dejá ya de joder con la pelota,
Joan Manuel Serrat
niño, que eso no se dice,
que eso no se hace, que eso no se toca…»
Hay madres que no soportan la idea de experimentar esta ambivalencia e intentan negar estas emociones negativas que creen incompatibles con el amor maternal. Prefieren no hablar del tema, mirar para otro lado, se ofenden ante expresiones de este tipo y deciden seguir maquillándose cada mañana la sonrisa de satisfacción plena cueste lo que cueste. Exigiéndose llevar adelante una imagen de madre ideal que nada tiene que ver con la madre humana. Madres que a veces cargan depresiones silenciosas, sonrientes, que les quiebran el alma.
Negar la ambivalencia, es negar sentimientos inevitables, que están presentes, por lo que es negarnos un aspecto de nosotros mismos. Si nos quedamos dando vida a un papel idealizado de la maternidad, de los afectos, de la vida, cuando aparezca el enfado – que antes o después vendrá- podremos sentirnos anormales, inadecuadas o malvadas. Y no hay razón. No se trata de querer menos a los niños, ni de descuidarlos o maltratarlos, tampoco estas vivencias impiden que, a la vez, podamos disfrutar de la satisfacción que un hijo provoca.
Madres normales
«La rosa colorada
Con tal que duermas de una vez – Gabriela Mistral
cogida ayer;
el fuego y la canela
que llaman clavel…
…todito tuyo
hijito de mujer,
con tal que quieras
dormirte de una vez».
Madres normales, que en el primer tiempo se brinden en exclusiva y gradualmente vayan retomando otros intereses y deseos. Un deseo profesional, artístico o por una pareja. Madres que se observan, se interrogan, que no temen conocerse, aunque sea en los aspectos más desagradables de sí mismas.
Madres que se cansan de sus hijos a pesar de amarlos, madres que de vez en cuando se saturan y tienen ganas de volver a su vida independiente de solteras, que a veces se irritan y pierden la paciencia. Que son capaces de sentir y expresar la ambivalencia de amor y odio sin ahogar al bebé con sus desvelos ni tirarlos por la ventana por su desesperación. (Michelena)
Mujeres dispuestas a comprenderse, aceptarse y a cuidar de este modo el vínculo que establecen con sus hijos. Madres que de este modo les ayudan también a ellos a reconocer sus propias emociones contradictorias, si han podido reconocer la propia rabia. Si se ha permitido sentir rabia, ha sobrevivido a ella y le ha vuelto a querer. Es decir, han pasado por la experiencia de odiar a su bebé sin por ello abandonarlo, maltratarlo o descuidarlo.
Madres que se interrogan sobre ciertas conductas o modos de hacer con sus hijos que les provocan incomodidad, malestar, una cierta incomprensión. Madres que no pasan por alto los aspectos desagradables de sí mismas. Que en algunos momentos pueden desconcertarlas, en otros convocarlas a actuar de manera repetida. Mujeres capaces de tomar consciencia de estos sentimientos ambivalentes presentes en la maternidad, a veces con mucho dolor y liberación en un espacio terapéutico.
Madres suficientemente buenas y madres suficientemente malas
Donald Winnicott decía que hace falta una madre suficientemente buena, normal, no ideal y que hace lo que puede, con sus dificultades y destrezas, que intenta hacer lo mejor que puede en sus circunstancias. A lo que Mariela Michelena agrega y una madre suficientemente mala, que no quiere decir que sea una madre maltratadora o que descuide a su hijo, sino capaz de reconocer que nada es totalmente bueno y nada es totalmente malo.
Bibliografía:
Bowlby J (1998). El apego y la pérdida, v. 2. Biblioteca de psicología profunda 49. El Apego y la pérdida. Paidós.
Michelena M. (2009) Un año para toda la Vida. Ed. Planeta Madrid.
Winnicott W. (1896-1971) Obras completas.