Elegir colegio de infantil- Psicología infantil
La elección del colegio al que irán sus hijos puede vivirse como un paso decisivo para muchos padres. Como cada elección que uno realiza en la vida implica poner en prioridad un aspecto en detrimento de otro, y en ello algo siempre se pierde.
Por eso este momento sirve de excusa para pensar qué queremos transmitir a nuestros hijos, qué estamos dispuestos a perder (si aceptamos perder) y qué no. Siempre hay opciones. Cuando elegimos una institución en donde dejar al niño el tiempo suficiente para cumplir nuestras obligaciones, otras veces nos decantamos por la cercanía con el el hogar o por ser la institución donde han ido o asisten familiares o conocidos y la hacen menos desconocida. Siempre por debajo de cada decisión se deja algo y algo se pone de relieve.
La educación hoy
El tiempo que los niños pasan en las instituciones se ha incrementado enormemente, por lo cual podemos pensar que se le deposita a la escuela mucho más que la educación formal, se le delegan hábitos alimenticios, higiénicos, educar en emociones, establecer normas. De este modo puede dar lugar a invertir responsabilidades en cuanto al desarrollo del niño se refiere, esperando imposibles y desligándonos de roles que nos pertenecen como padres.
En los tiempos actuales caracterizados por ofertas imposibles, «Deje de fumar en un día»,»Baje 20 kg en una semana» y «Consiga ya sus recetas para ser feliz… » La educación también puede ser parte del boleto a la fantasía de completud, desviando la mirada desde las necesidades de los niños a las necesidades de los adultos o de la sociedad. Se desea un colegio que forme para el mercado laboral futuro, que tenga varios idiomas y buen nivel para la universidad, que también deje espacio para el arte, que fomente la música, la pintura o el deporte, y en lo más concreto y cercano que resuelva el día a día a los papás, contar con permanecia (tiempo antes de hora para dejar al niño), actividades toda la tarde, plazas de comedor y bus escolar.
El lugar de la escuela no es fácil, le llegan demandas de muchos sitios, políticas, sociales, parentales a las que intentan dar respuesta a través de las ideologías que sustentan sus proyectos educativos. Éstos proyectos educativos tienen dos vertientes: la manifiesta que siempre suenan muy bien; integrativa, inclusiva, respetuosa y la que en realidad funciona en la organización –su currículum implícito- que a veces poco o nada tienen que ver con sus objetivos propuestos. Donde al fin y al cabo todo quedará en manos de la posible cohesión grupal, la vocación del docente que toque y su sensibilidad para captar y adaptarse -en cierta medida- a las características propias de cada niño. Pero volvamos a los padres y todas las fantasías, emociones y temores que este paso a la educación formal puede despertar.
¿Qué implica el inicio del colegio para los papás?
Para los papás solía representar el primer lugar al que el niño asistía fuera del núcleo familiar (padres, hermanos, tíos, abuelos y cuidadores en casa forman parte de éste núcleo). Pero hoy esas angustias de separación se tramitan -cuando se pueden- en la guardería. Angustia de la mamá que tiene que dejar a su niño o bebé y del niño que es dejado cuando aún sus nociones de tiempo y permanencia son frágiles y algunos lo llevan mejor que otros. Dependerá de las características personales de cada niño, del tiempo separado, de la contención en la guardería y de las ansiedades transmitidas por sus padres, no siempre de un modo consciente.
El ingreso al colegio le agrega un grado mayor de formalidad y esta más regulado por normas sociales que las guarderías que tienen aún ese intermedio familia-sociedad. (No todas, dependerá de la masificación). Por ello para la familia, el acceso al colegio hace visible su funcionamiento ante la sociedad y puede suscitar ciertos temores, como que el niño no siga el ritmo, desentone o falle. Éstas fantasías que empiezan a circular a veces son vividas de un modo abrumador, persecutorio y eso de que alguien ajeno pueda observar de alguna manera algo de la vida familiar, puede provocar que algunos padres intenten postergar un poco más este paso. Pero año antes o año después por el bien del niño debe dejar la casa familiar unas horitas en pos de su desarrollo, disfrute y bienestar, un paso inevitable a dar en el proceso hacia la autonomía.
¿Y para el niño?
Para el niño implica dejar de ser «el único, el especial» como es en casa para ser uno más entre veinte y esto es muy sano también, luego de haber sido su majestad el bebé cuando le correspondió. Majestad que ha requerido atenciones ante sus necesidades para sobrevivir. Respuestas recibidas en sus urgencias y contenciones emocionales que le han hecho sentir digno de ser mirado, querido y cuidado. Etapa, que como todas, hay que abandonar para ir dando lugar a la existencia diferenciada de mamá y papá, algún hermano, el trabajo y la abuelita.
Para otros niños con máster en guardería -cada vez más frecuente- que ya han pasado una cierta separación del ambiente familiar y de mamá implica un paso a la educación más formal. Que en infantil no debiese ser tanto, pero los tiempos que corren no son tiempos amantes del juego libre o dibujar son más bien tiempos de la velocidad, la eficacia y de prepararse atropelladamente ficha tras ficha para el futuro. Fichas para aprender colores, formas, trazos, números y letras para un futuro que por más que lo intentemos, siempre nos será un reto desconocido. Pero las fichas pueden verse, apilarse, ahí está bien visible y documentada la preparación para la vida, ¿la vida o la vida académica – laboral?
Aprendizajes de vida
Otros aprendizajes, tal vez más cruciales no se ven a simple vista y tienen un lugar esencial para la vida en sentido amplio. Aprender a esperar su turno, compartir, controlar impulsos, tolerar gradualmente pequeñas y no tan pequeñas frustraciones, adquirir hábitos (como el control de esfínteres que preocupa tanto a los padres de infantil) y usos de la cultura. Aspectos en los que contribuye enormemente la escuela pero que siempre sobre la base traída de casa. Se ha delegado tanto en la escuela-guardería que hoy es ella la que nos pide colaboración a las papás en adquisición de hábitos invirtiendo la tortilla de responsabilidades. Podemos dejarnos llevar por la tendencia a delegar que sea otro quién responda -escuela, estado- o podemos reflexionar e interrogarnos sobre que esperamos del colegio. La pregunta no es qué puede ofertar o hacer el colegio, sino en qué puede complementarnos o enriquecernos; lo crucial del desarrollo aún se cocina en casa.
¿Quién empieza el colegio?
A veces pareciera que son los padres los que deben incorporarse luego de transitar la o las entrevistas de selección ante la institución, donde deben dar cuenta de su nivel educativo, ideologías religiosas, ingresos… Hasta tal punto que algunas ofertas educativas parecen en mayor medida dirigidas a los padres que a ocuparse de las necesidades de los niños.
Otras veces las ofertas van en sintonía con los tiempos actuales esperando que en su educación formal los niños adquieran todo lo necesario no diría para sobrevivir en su vida, triunfar, ser autosuficiente, destacar, cumplir metas y también, por supuesto, ser feliz. Despertando los temores parentales ante cualquier posible «fracaso» que su niño/a pueda tener. ¿Tal vez esperando un niño que venga a cumplir los deseos postergados? ¿Las oportunidades no tenidas? ¿Los tiempos perdidos? ¿Los imposibles? de cada padre.
¿El colegio o el doctorado empieza a los tres años?
Asistimos a una variedad de ofertas de las más completas, enseñando ruso o chino, entrenando cerebritos y futuros deportistas de élite que hasta ayer usaban sus pañales. No dudo de la necesidad de formarse, ni tendría ningún respaldo para poder afirmarlo con mis años a cuestas de aprendizajes variopintos. No es esto, se trata de la desmedida de exigencias que se le transmiten a padres y niños. A padres que sienten que deben darle todo ¿todo? a sus hijos y a niños que se percatan de la respuesta de altura que se espera de ellos.
En donde padres inseguros en su rol pueden quedar mareados, perder sus criterios y sentido común ante las exigencias actuales de goce ilimitado. Tiempos en donde se esperan padres bien completitos, sin imperfecciones, que den TODAS las oportunidades, hagan de TODO, sean plenamente felices y las distintas ofertas vienen a prestarse como colaboradoras para conseguir éstos objetivos. Donde algunos padres pueden meterse en dinámicas agotadoras de trabajo para pagar sumas a veces desmesuradas para que sus hijos asistan a tal o cual institución o al abanico infinito de actividades extraescolares ofertadas; perdiéndose el tiempo tan valioso de padres en casa, para enseñar, escuchar, observar, compartir, transmitir y jugar.
Niños olímpicos
Éstas metas en los casos más preocupantes PRODUCEN niños que sobreviven como pueden a expectativas aplastantes, niños forzados a lograr lo que sea cuanto antes para conseguir (¿o ser?) otra medalla más en las olimpíadas infantiles o de papás. «Mi hijo camino desde los… habló desde que…ya lee» y un largo etc. Que a veces en lo bajito va combinado con un «aún duermo con papá y mamá, por la noche tomo biberón» como intentos tal vez de mostrar que no pierdan de vista que aunque puedan aparentar ser adultos, no lo son. Esto cuando el niño cuenta con salud, si existen dificultades y/o enfermedades pueden dar lugar a intensas heridas en el narcisismo de los padres.
Manuales para padres
Con tanta información variada disponible, muchos padres implicados con sus hijos a veces dudan hasta de su propio sentido común. Y es entendible que la confusión aparezca en los padres, los mensajes calan y se van generalizando a veces sin sentido de realidad ninguno. Lo más preocupante diría que es cuando abundan las certezas. Mi niño TIENE QUE IR a tal colegio, va a natación desde bebé, los martes y jueves a música, los sábados a la mañana a inglés y a los 13 años lo mando un año a Londres porque el inglés… Cuando el niño anda aún, si puede, gozando de su vida en pañales.
Pasando por alto: ¿Cómo es él? ¿Qué le gusta? Como sin tiempo para dejarse ser y conocer cuáles son sus deseos… ¿O es que ya nació sin boleto para desear? Toca Londres por narices, violín y natación, luego seguir derecho como el abuelo y papá… ¿Podrá elegir pareja por lo menos? ¿Se le otorgará un pequeño lugar para su deseo? O sólo tocará acatar, conseguir y por supuesto «ser feliz» con todo lo dado. ¿Tiene lugar donde ser escuchado y proponer? Y no me refiero al otro extremo de dejar que el niño decida dejar la teta por sí sólo o abandonar la cama de mamá y papá cuando le apetezca. Sino un lugar donde ser reconocido en su singularidad, como sujeto con un deseo que le es propio y singular.
Estimulación en sintonía afectiva
Los adultos usamos la frase estar en pañales cuando aún no nos sentimos con las herramientas necesarias ni suficientemente preparados para desenvolvernos en alguna situación novedosa. Pero los niños, pareciera que pueden dejar los pañales hoy y mañana entrar en un turno completo de jornada laboral, digo educativa, que cualquier sindicato daría por abusiva. ¿Qué se espera de los niños como sociedad? ¿Qué obedezcan sin rechistar, lean el Quijote con 7 años, nos contesten en Chino mientras tocan Bach? ¿Y cómo padres? ¿Qué queremos fomentar? ¿Sirve ir dos veces por semana a violín pero luego no poder asistir los padres cuando tiene su concierto?
No quiero ser mal entendida, la estimulación de los niños y el rodearse de contenidos culturales son tesoros en la infancia -y en la vida en general- pero cuando van ligados al deseo genuino y no impuesto en el niño. Cuando sintonizan con sus capacidades, curiosidades y su momento evolutivo.
Suman aquellas actividades que van de la mano del abuelo que ama su violín y le enseña cada vez que tienen una tarde para compartir, ante la mirada atenta y fascinada de su nieto. Aporta poder acompañar a la abuela a sembrar en el jardín donde escuchar sus anécdotas y jugar con las hormigas, ver crecer sus flores y poco a poco aprender de su fragilidad y necesidad de cuidado. Es decir actividades y momentos donde hay un goce en el encuentro, un compartir. Actividades que apasionan a su seres queridos que les transmiten con naturalidad en su día a día lo que mejor saben hacer. ¿Cuantas vocaciones no surgen de estos momentos? ¿No es de estos recuerdos los que caracterizan nuestra historia?
Actividades que enriquecen
«Quién juega con un niño
Juan I. Jorge Luis Borges
juega con algo cercano y misterioso»
Actividades que surgen en un contexto, a las que se puede faltar, que no están programadas y obligadas, sino en donde la mayor transmisión es el gusto por compartir y ver en cada niño sus propias capacidades. Tomar el relevo por el amor en la cocina de mamá o los libros de misterio de colección del tío Juan. Ese momento del día que convoca, que mueve a recorrer bibliotecas por aquí y por allá buscando aquel libro sobre estrellas que les dé pistas para observarlas juntos en el telescopio de mamá. Donde las Pléyades o el Cinturón de Orión no sólo acumulen estrellas sino a mamá y papá un ratito junto a él y algún hermano disfrutando de la magia de existir, de estar vivos, aprender, descubrir y sentir.
No hay nada que motive más a un niño que sentir que se cree en él y en sus posibilidades de aprender, que es protagonista en sus progresos y que se comparten sus logros. Ésta función ni el colegio más prestigioso la puede dar y está bien que así sea, no es esa su función. Se trata del sentimiento profundo en el niño de ser reconocido, amado y respetado por sus propios padres, aspecto que nadie ni nada en el mundo puede reemplazar, se puede en todo caso mitigar pero nunca substituir.
¿Tiempo de calidad o cantidad?
Evidentemente con lo que vengo desarrollando observará que no coincido con las ideas de que el tiempo -entre padres e hijos- si es de calidad compensa a la cantidad. La cantidad sola tampoco es suficiente, pero promueve, transmite en silencio, muestra si hay prioridad en pasar tiempo con él, que se está disponible, que se disfruta y no es una carga. Expresa un goce compartido, un placer por conocerse, el padre al hijo y del hijo al padre. ¿Cuántos niños no saben a qué se dedica su papá o cuáles son sus amigos? ¿Cuántos padres conocen qué preguntas sobre el mundo se está haciendo su hijo? ¿A qué le teme? ¿Cuáles son sus anhelos? ¿Qué le ha ocurrido ayer? ¿De qué se trata lo que mira en TV o por Youtube?
En la cantidad aparece la vida, el día tras día de la cotidianidad. El de los tiempos de ayudar a mamá que está cansada o dejar a papá leer algo que le interesa. Al niño de infantil le toca aprender a esperar, a entretenerse sólo cerca de papá. Le toca dejar a mamá que hable por teléfono sin interrumpirla. Aprendizajes que no son fáciles y que requieren realizar una resignación y tolerar una cierta frustración; la de no ser él único ni ya eternamente su Majestad. Aprendizaje que hoy se pasa por alto y tantos conflictos provoca entre padres e hijos. Niños incapaces de controlarse, insaciables, demandantes, tiranos, ante padres inseguros, temerosos.
De los padres no se espera que tengan que ser amigos y payasos divertidos todo el tiempo, sino que puedan reconocer también sus frustraciones, su cansancios sin actuarlos ciegamente sobre los hijos. Los padres que se exigen a dedicación exclusiva día a tras día para sus hijos, siempre con felicidad, sin poder reconocer a veces los sentimientos de ambivalencia que sus hijos les pueden despertar (como agotarlos, limitarles la autonomía y cansancio,) pueden experimentar sentimientos internos de culpa, cuando la vida les devuelve que esto no puede ser así.
Cuando el tiempo juntos se vuelve insoportable
En los casos más dramáticos las exigencias van mezcladas con la frustración parental. Padres infantilizados que se ponen a la par de sus hijos, que se ofenden, que esperan de ellos lo que no están al alcance de dar. Madres que descargan su malestar con los niños ante cualquier situación. Padres agresivos, impacientes, incapaces de controlarse, que recurren al miedo, las amenazas, insultos, gritos o tortazos como supuestos atajos para educar, que lejos de conseguir el resultado generan graves consecuencias en el desarrollo de los niños. Padres que depositan en el colegio o la guardería o algún abuelo toda su responsabilidad. Que da lugar a niños que llegan al colegio a repetir lo aprendido o niños inhibidos, bloqueados, temerosos, que se aíslan, que no han aprendido, por no haber vivido, modos saludables y respetuosos de interactuar.
Tiempo en calma
Este intercambio padres e hijos requiere tiempo y si hay algo que los tiempos actuales nos muestran prohibido es el tiempo. Parece que hay que ir con urgencia, que hay que hacer mucho, cuanto más rápido y eficaz mejor. Tiempos de utilidades y no tiempos de afectos. Lo vivimos los adultos. Mamá haciendo malabares para congeniar vida profesional y maternidad. Papá pasa por el gimnasio, prepara la cena, cumple con su trabajo, visita a sus padres, saca el perro y llega a tiempo para el beso de las buenas noches. Somos los adultos los primeros que no podemos muchas veces filtrar la desmesura del lograr -a cualquier precio- un engranaje más de la sociedad de la eficiencia, la eficacia y la felicidad.
Con motivos nobles podemos quedar confundidos perdiendo el propio criterio, nuestro propio sentido común que como brújula si aún existen más allá del GPS darnos referencias fiables en nuestra propia función parental. Lo crucial no es qué colegio sino qué puedo yo como padre aportar.
Los efectos de sentirse y saberse querido
Si hay algo que todo niño requiere para su desarrollo es saberse y sentirse querido, especial, atendido, reconocido y aceptado como es, pilar de su autoestima desde el minuto cero de nacer o antes. Teniendo éstas bases los demás aspectos seguramente irán sumándose.
Si lo que él piensa es importante y es escuchado y comprendido, aprenderá a pensar, a discernir, a posicionarse y a poder ser crítico en los distintos roles de su vida. Sabrá lo que es ser bien amado y lo que es ser mal amado (o tóxico como está de moda llamar), conocerá quién le respeta y quién abusa, de quién vale la pena aprender y tomar de referencia y de qué no, aunque se lo muestren múltiples canales publicitarios.
Podrá ser niño con todo lo que implica cuando toca y ser adulto cuando llegue su hora. Si hay algo que los niños no pueden hacer cuando no se sienten lo suficientemente queridos es dedicarse a ser niños, a jugar, pintar, bailar y fantasear; luchando por ser grandes, autosuficientes, ocupados de cosas serias y no tonterías como entretenerse, corretear y soñar con su futuro.
La adolescencia
En la adolescencia contará con mayores probabilidades de tener su cabecita bien equipada y en su corazón bien interiorizados sus objetos buenos de referencia o figuras de apego, para que llegado el tiempo de volar con sus iguales, pueda desenvolverse en el mundo afectivo, emocional y seguramente formativo o laboral. Chicos con autonomía, capaces de desenvolverse, pero a la vez dejándose ayudar, más allá de los inevitables riesgos que esta etapa representa. Que establecen relaciones sin dejarse avasallar. Se comprometen con su entorno. Disfrutan de su intimidad sin vivirla como soledad. Que saben que no hace falta poder con todo sólo ¿si eso es posible?. Ni se entregan a quién no los sabe valorar. Chicos que saben que pueden contar con mamá y/o con papá cuando lo puedan necesitar y por ello se animan a desear y transitar en la conquista de sus sueños.
El aprendizaje de casa
«La vida no es un block cuadriculado
Jugar por jugar. Joaquín Sabina
sino una golondrina en movimiento…//
Jugar por jugar
sin tener que morir o matar…»
Por ello no se despiste con qué colegio puede ser más adecuado a su hijo, será importante, pero ninguno por más excelente que sea reemplaza a su función parental, engranaje fundamental del desarrollo de los niños y del bienestar familiar en general. Un niño que se siente atendido, aprende a atender. Se siente respetado aprende a respetar. Al que sus padres le enseñan se siente valioso, inteligente y capaz de aprender. ¿Cuántos maestros no reciben hoy niños analfabetos en empatía, capacidad de reconocer sus emociones, tolerancia y afecto? ¿O a niños que de tan perfectos, dóciles y sumisos, -que suelen pasar desapercibidos en el aula- no les ha sido permitido jugar, fantasear y soñar?
Si me permite un consejo. Antes de decidir a qué colegio irá su hijo, dese tiempo a reflexionar, permítase conectar desde su niño interior, para poder jugar junto a su hijo a ser el mejor padre que pueda ser.
Ilustraciones: Tute. Juan Matías Loiseau.