Tecnología e Internet en la infancia
El avance de la tecnología exige nuevos desafíos a los padres en el desempeño de sus funciones parentales en la infancia. Veremos algunas aspectos y riesgos a tener cuenta cuando de niños disponiendo de tecnología se trata.
¿Conectados o aislados?
Asistimos a debates que giran en relación al uso de los móviles, tabletas y ordenadores. Por un lado se habla de la desconexión o el aislamiento de aquellos niños o adultos que están conectadas largos períodos al ordenador, de la relación tan particular o dependiente que se puede establecer con el móvil, de la soledad y la evitación de relaciones cercanas por culpa de la tecnología.
Pero, a la vez, nos encontramos con que están más comunicadas que nunca con personas de los sitios más remotos, de manera inmediata, donde el interés por acercarse y establecer lazos se muestra intensamente. Vemos niños compartiendo momentos con abuelos distantes por el Skype o mandando audios de WhatsApp a algún amigo o primito. Todas éstas búsquedas de afecto se valen de la tecnología actual con la esperanza no sólo de recibir una respuesta, sino que ésta sea emitida por una persona singular y especial, dando cuenta de la necesidad siempre presente del ser humano de amar y ser amado.
La comunicación en la era tecnológica
Que la tecnología es un nuevo modo de expresarse no hay dudas. Los padres coordinan con sus hijos el sitio donde recogerlos cuando han salido por la noche o al terminar las clases de piano. El planteo actual ya no pasa por si es bueno o no que un niño tenga móvil, sino a qué edad y con acceso a qué. La tecnología ha aportado una magnífica forma de entretenimiento mediante el cual es posible desarrollar la imaginación y la coordinación sensorio-motriz tan crucial en la infancia a través de los distintos juegos. También ha traído cambios en la manera en que hoy en día podemos conocer y establecer amistades, relaciones laborales o conocer una pareja.
No se trata de demonizar estas nuevos modos de comunicarnos en la actualidad pero sí de no pasar por alto ciertos aspectos que nos llaman a la reflexión y en particular a pensar en aquellos que convocan nuevos retos como: el uso del Internet en la infancia, las relaciones padres e hijos y el cuidado de la intimidad.
El uso de la tecnología
También sabemos que dedicar excesivas horas al uso de la tecnología de parte de los niños puede traer aparejado bajas en el rendimiento escolar, dedicar demasiado tiempo a verificar la consideración que tienen los amigos o conocidos puede ir en detrimento de la propia autoestima y valoración, descuidar a la pareja actual por dedicarse al mundo virtual puede provocar nefastas consecuencias. Pero en estos casos no podemos hablar que sea la máquina tecnológica la causante o responsable del desencuentro, las faltas de atención, las desconexiones, la infidelidad y las distracciones no han sido inventadas por el Internet. (Diana Litvinoff)
Podríamos preguntarnos si más bien no parece tratarse de nuevos modos defensivos ante el temor a la soledad, padres intrusivos, profesores aburridos o exigencias que los desbordan. Los medios tecnológicos son instrumento de comunicación, aprendizaje o entretenimiento; el problema surge cuando el recurrir a la estimulación se convierte en una forma de tapar conflictos: un niño puede tener dificultades escolares o sociales y en lugar de enfrentarse a ellos se sumerge en las pantallas donde se siente más capaz y más fuerte para resolver problemas. Y si no se le permite este medio aparece la angustia.
¿Que hay en Internet para los niños?
En Internet tenemos aulas virtuales para realizar tareas escolares, juegos de distinto tipo, material audiovisual a la carta, cuentos, música y poesía. En la web encontramos, contenidos y debates interesantes, pequeñas reflexiones filosóficas, humor, poesía, junto a lo grotesco y las banalidades. Encontramos lo mejor y lo peor del ser humano, como en todo medio de expresión, y es necesario usar el buen criterio de cuidado y selección que tenemos cuando salimos a la calle. A veces a los padres mas despistados se les pasa por alto que hoy los peligros para los niños no están sólo en la calle sino también en los accesos que sus hijos tienen a diferentes contenidos. Junto a sus dibujitos preferidos y juegos también habitan la red todo tipo de imágenes morbosas, contenidos inadecuados, mensajes inapropiados.
El problema no es la web y sus contenidos sino el perder de vista que así como un niño no puede estar sólo por la calle tampoco puede estarlo por el ancho mundo del Internet. El tiempo en el ordenador (tableta, videoconsola o móvil) nunca reemplaza la presencia de los padres.
Historias subjetivas
«Quiero cuentos, historietas y novelas
Marcha de Osias. María Elena Walsh
pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano de una abuela
que me las lea en camisón…»
Las imágenes no tienen el mismo efecto que las palabras, los cuentos o las conversaciones. Los cuentos siempre nos han permitido encontrar modelos de resolución a nuestros conflictos más profundos. (La soledad, las carencias, los temores, los deseos que pueden ser deseados pero no realizados, satisfacciones postergadas). Las historias que narramos o nos transmiten nuestros padres, tíos y abuelos nos introducen desde la tierna infancia en el lenguaje, medio por el que accedemos a la cultura. Éstos intercambios comunicativos nos hacen ser quienes somos y poder construirnos nuestra propia historia según las experiencias vividas siempre subjetivas.
La imagen con su brillo y completud provoca una atracción especial y deja al niño (y al adulto) en un lugar de máxima pasividad donde el ritmo de la acción que se desarrolla no necesariamente va en sintonía con la capacidad de elaboración del contenido. Ante la imagen no hay nadie a quién preguntar, con quien compartir o contrastar un pensamiento o preocupación que le ha generado lo visualizado. Un contenido que aunque pueda ser considerado el más idóneo para la edad del niño -si esto existe- no tiene por qué evocar lo mismo en cada chico.
El juego
Los niños necesitan explorar de manera gradual distintos aspectos del mundo y de las relaciones con sus iguales y otros adultos, donde más allá del contenido que puedan encontrar en las exploraciones, el valor vendrá dado por la propia acción de búsqueda e interacción.
El juego simbólico es la actividad básica por excelencia de la infancia. La experiencia de jugar produce riqueza psíquica y ayuda a los seres humanos a recrear de un modo original el mundo y a los demás.
En la experiencia de jugar, el niño mide los alcances de su imaginación, encuentra un límite a sus ambiciones personales (no siempre se puede ser el protagonista de la trama que asocia a otros niños). El jugar permite participar de un terreno donde proyectar las propias fantasías y se establece una confrontación donde se expresa la torpeza o la habilidad de su cuerpo. Evidentemente nada tienen de esto los videojuegos.
Entre las ofertas lúdicas que fomentan la autonomía y la capacidad de los niños de estar a solas junto a un adulto, en donde poder generar oportunidades de juego sabiéndose cuidado – experiencia esencial – no entra el Internet. Navegar por Internet requiere presencia del adulto o cierto control parental.
Necesidades de los niños en tiempos de google
Los niños de hoy como en épocas anteriores siguen necesitando de un adulto que les enseñe, les explique, le ayude a discriminar lo íntimo y privado. En donde a través de las propias interacciones con los niños los padres puedan propiciar la experiencia de sentirse dueño único de su cuerpo y a la vez transmitirle que tiene derecho a oponerse y decir que no, en aquellas situaciones que le incomodan. Los niños necesitan de un adulto que desde su asimetría le enseñe los riesgos de lo que comparte en la red y con quién lo comparte. Éstos no son aprendizajes que los niños estén en disposición de adquirir solos. Siguen necesitando de un adulto que los conozca en su singularidad y que sea capaz de observarlos con sensibilidad, al que no se le pasen por alto las señales de malestar o sufrimiento infantil.
Hoy no podemos mirar para otro lado como padres ante las problemáticas que nos encontramos como el acoso escolar, el ciberacoso que puede hacer llegar a un colegio entero en unos minutos una foto de WhatsApp o Instagram. No me refiero a que sólo nos ocupemos de la prevención de posibles víctimas de acoso, sino de la responsabilidad que como padres tenemos en la prevención de posibles nuevos acosadores, que disponen de otros como meros objetos de su pertenencia a los que dirigir sus frustraciones.
Los padres ausentes e Internet
En ciertas ocasiones los profesionales de la salud nos encontramos con niños profundamente afectados por el acceso desmedido a imágenes para las que aún no cuentan con recursos que les permitan comprender y subjetivizar lo visualizado. Contenidos que los desbordan psíquicamente al igual que la corriente eléctrica en el cuerpo. La cara del desamparo hoy en día ya no son los «chicos llavero» de tiempo atrás, sino los «chicos del desamparo virtual».
Chicos que están formando aún su identidad y que no tienen aún criterios claros sobre ciertos temas, ni se debe esperar que así sea. Nos encontramos niños y niñas a los que cada vez en edades más tempranas acceden a la pornografía antes de recibir la educación afectiva que permita entender a otro ser humano como un sujeto con deseo propio y no un mero objeto – parcializado – de disfrute personal.
Ceder la protección del contenido a las grandes empresas de Internet dista mucho de ser suficiente cuando sabemos que más de la mitad de los menores de edad han visto pornografía por Internet, casi el 10% de los consumidores de porno en Internet tiene menos de 10 años, y un cuatro por ciento de menores de entre 11 y 12 años reciben contenidos sexuales en su teléfono móvil. Si bien siempre hubo revistas, convengamos que había que conseguirlas prestadas, ir a comprarlas y dar la cara hoy están al alcance de un click de manera inmediata y anónima.
La soledad en el Internet
No sólo el contenido explícito sexual – que no es representativo de la sexualidad sino sólo una parte – está en la red sino también infinidad de imágenes de masacres humanas, acciones bélicas de cualquier lugar del mundo, noticias morbosas a cualquier hora del día para las cuales un niño y a veces los propios adultos no encontramos justificativo o modo de entendimiento alguno. Otras veces asistimos a potentes incitaciones al consumo o imposiciones a un goce ilimitado irreal e imposible, que no permite gratificación duradera.
Encontramos verdaderos depredadores de la infancia merodeando las calles y las avenidas del Internet, para los cuales la mera transmisión de información sobre su existencia resulta necesaria, pero no suficiente, para proteger a los niños.
Niños -que se sienten y están solos- que navegan por el Internet jugando y buscando como todos que alguien los quiera del otro lado de la pantalla, que confundidos por el lenguaje de la ternura y el cariño pueden acceder a cosas que un adulto aprovechando de su situación asimétrica les pide. El actualmente llamado Gromming que consiste en contactar por redes sociales y embaucar a un menor para, bien mantener una relación sexual con él, bien para que le muestre imágenes de contenido pornográfico y en las que lógicamente sea protagonista el propio menor de edad posibilita a éstos adultos acceso a niños que por otros medios nunca hubiesen podido acercarse.
Prevención
En cuanto a niños pequeños la prevención no pasa por el tiempo que es recomendable el uso de la tecnología, sino contemplarse como una última opción entre tantas otras ofertas variadas y diferentes como: tiempo al aire libre, juego libre, momentos de lectura solos o compartida, paseos, bailar, tocar el piano, dibujar, modelar, descansar, realizar tareas escolares, hacer algún deporte.
En la adolescencia los chicos y chicas cuentan con otras herramientas -si el desarrollo psíquico ha sido saludable -para desenvolverse en el mundo que en la infancia aún no se cuenta. Una etapa que requerirá espacios de intimidad, de intercambio y experiencias sexuales en la búsqueda de su identidad sexual que nos demandan otros desafíos a los padres en nuestra función de acompañamiento. Una presencia parental de la que el adolescente busca distanciarse y los adultos debemos por supuesto respetar pero sin perder de vista que al mismo tiempo los jóvenes requieren que estemos disponible. Y que nos demandará encontrar modos no siempre sencillos de ser un padre capaz de cuidar sin sobreproteger y de poder comprenderlos sin confundir su lugar con el de los amigos.
Bibliografía de referencia: Sahovaler de Litvinoff, Diana (2016) «El sujeto escondido en la realidad virtual». De la represión del deseo a la pornografía del goce. Ed. Letra Viva. Buenos Aires.