¿Se terminó lo bueno? – La relación padres e hijos en la vuelta al cole
Retomar rutinas
Empiezan las clases y toca retomar o incorporar nuevas rutinas: madrugar, acostarse más temprano, realizar tareas o actividades. Las rutinas son igual de molestas como necesarias. Así como es bueno contar con un período de flexibilidad y descanso en el año, también lo es contar con una cierta rutina que nos ayude a organizarnos. No sólo nuestro tiempo, sino también nuestra mente. Una rutina previsible, repetida, nos da soporte donde apoyarnos para que lo nuevo pueda surgir. Sabemos la importancia que tiene el establecimiento de las primeras rutinas en los bebés recién nacidos; rutinas de sueño, alimentación, etc. que van dando la posibilidad de vivenciar un mundo más previsible, amable y menos atemorizante. Sin embargo rutinario no quiere decir exactamente igual cada día, como si fueran fotocopias!…. Rutina en el sentido de orden y previsión, pero siempre con lugar a la improvisación, a la creatividad… algún día ¡claro que sí!: ¡Bienvenido sea el saltarse la rutina! ¡No somos robots programados! Y menos mal.
La adaptación de la familia en al vuelta al cole
Es entendible que ajustar horarios o ya no poder hacer ciertas cosas del mismo modo acarree renuncias y a veces resulte molesto y puede alterar nuestro ritmo de sueño, alimentación, un mayor cansancio o irritabilidad en los niños. A los padres que somos responsables del cuidado de los niños también nos sucede. Es normal, estamos ante ninguna dificultad normal y frecuente de adaptación escolar, que no debemos dramatizar pero tampoco pasar por alto. Me parece importante tener en cuenta esto y compartirlo con los niños.“Entiendo que te gustaría seguir jugando, pero mañana vas a estar muy cansado por la mañana”.“A mi también me cuesta levantarme temprano, pero en unos días nos va a costar un poco menos. Hay un tiempo de vacaciones y otro de cole o para trabajar”. Puede que no siempre sea fácil, que por momentos tengamos que hacer un gran esfuerzo, pero también puede resultar sumamente enriquecedor volver a desarrollar una actividad que nos reconforta y satisface, u ocuparnos de algo, aprender cosas nuevas, hacer nuevos amiguitos, vivir nuevas experiencias de las que aprender.
¿Qué representa la escuela para la familia?
A veces se oye un poco en broma – y otras no tanto- que con el fin de las vacaciones se terminó lo bueno, se esfumó la “buena vida”, ¿qué le estamos diciendo a nuestros niños? ¿Que la vida vale la pena un mes o dos al año y el resto es puro sacrificio y aguantarse? ¿Qué aprender, leer, crear, pensar, dibujar, investigar no son actividades valiosas? No niego que a veces ciertas circunstancias pueden ser muy sacrificadas, pero la mayoría de las veces la vida nos presenta numerosas oportunidades para disfrutar del placer de estar vivos. Y que para algunas familias la escuela hace tiempo que dejó de ser el garante del futuro próspero de sus hijos para convertirse en una especie de depósito de los niños que permita trabajar.
Por eso, no bastan recetas bien intencionadas sobre qué o cómo transmitir a los niños sino de detenernos a pensar que si esa es nuestra perspectiva, por más que digamos en positivo “está buenísimo volver al cole” puede resultar ineficaz y confuso para los niños, que por un lado nos escuchan este discurso pero perciben claramente que no es así para sus padres.
Voy a acompañarte en tus retos
Decirle a un niño que ha pasado momentos complejos en el curso anterior: que ha tenido conflictos con compañeros o dificultades en algunas asignaturas “este año todo lo vas a hacer genial” o “todo va ir bien”. No es cierto, aunque queramos transmitirle nuestro apoyo y confianza. ¿Quién puede asegurarle que podrá obtener un buen rendimiento o que no tendrá que atravesar ciertas situaciones complejas? No me refiero a adelantarse a pensar en negativo: “espero que este año estudies porque vaya desastre que hiciste el anterior curso” o tampoco atemorizarlo “ojalá no te encuentres a pepito del año pasado”.
Habrá que ver siempre en cada caso, las circunstancias y particularidades del niño y la escuela, pero se me ocurre mucho más apropiado poder compartir su inquietud, si así lo manifiesta el niño. Validando sus emociones y a la vez haciéndole sentir que vamos a estar para acompañarlo o ayudarlo en lo que pudiese necesitar. “Entiendo que estés preocupado, pero ha pasado el verano, has crecido y aprendido mucho de todo lo vivido – de lo bueno y de lo malo- y se qué lo harás lo mejor que puedas, que lo intentarás y eso estará muy bien. Confió en ti, se que eres creativo, resuelto, aplicado, estudioso…” tomando una cualidad valiosa de ese niño en cuestión. “Y si algo no va bien, sabes que siempre puedes contar conmigo para buscar modos de ayudarte.”
¿De qué hablamos cuando hablamos?
Son tonalidades de comunicación muy diferente entre padres e hijos. Y no sólo por lo que decimos, sino que transmitimos de múltiples maneras, de las que no siempre tenemos consciencia. No se trata de recetas de qué decir sino de acompañar las palabras con hechos. Si le decimos a un niño que lo vamos a acompañar, tendremos que poder estar en disposición empática para ello, no nos basta tener un oído físicamente sano para hacerlo.
Conociendo a nuestros hijos, podremos valorar ciertos aspectos suyos, no será igual a transmitirle puros reproches de lo no logrado o de lo que no es como nos gustaría que fuera o hiciera pensando en un hijo hipotético, imaginado en nuestra cabeza. Si le decimos que lo intente y luego ni nosotros mismos aceptamos nuestros propios fallos, otra vez estamos transmitiendo mensajes contradictorios.
Todos estos mensajes pueden formar parte del cúmulo de expectativas que depositamos en nuestros hijos, de las que no siempre somos conscientes. Tal vez, de este modo se cuelen cosas del niño que fuimos, del que nos hubiera gustado ser, el que repare nuestros errores. Todos niños que no tienen mucho ver con el niño que efectivamente tenemos en casa. No por valorar uno mejor que otro, sino porque cada niño desde su singularidad sea como sea, con su temperamento, su subjetividad, su historia, su contexto y sus intereses. En este punto los padres estamos ante la disyuntiva de poder mantenernos lo suficientemente cerca del niño que fuimos para empatizar con nuestros hijos y a la vez lo suficientemente distantes para discriminar lo que corresponde a cada uno.