La infancia – Mary Poppins con ojos de madre
Han transcurrido más de cincuenta años y Mary Poppins sigue cautivando. ¿De qué nos habla este musical que tanto atrae a niños y adultos? De muchas cosas, pero sobretodo nos muestra con una gran sensibilidad las necesidades en la infancia. Infancia entendida como tiempo de conformación psíquica, vehiculizada a través del juego, la fantasía y la curiosidad y en la que las figuras parentales ocupan un lugar central.
Más allá de las nuevas configuraciones familiares – distintas a las de 1910 año en que está ambientada la película – los niños siguen necesitando de un adulto capaz de contenerlos, sostenerlos, cuidarlos y educarlos con sensibilidad. Hoy como ayer, los niños requieren alguien mayor afectivamente significativo, que sepa mirarlos empáticamente, y que disponga de tiempo para jugar con ellos, atenderlos y acompañarlos ante los retos que les toquen vivir.
Las demandas en la infancia
Todos los niños de algún modo se las ingenian para darnos pistas de lo que necesitan, sólo tenemos que afinar el oído. Como Jane y Michael Banks, los niños escriben anuncios donde recogen sus frustraciones, temores y preferencias, esperando o confiando que exista alguien dispuesto a comprenderlas. Escritos que no siempre sientan bien y a veces complican los planes o exigen ciertas resignaciones a los padres, lo que hace que a veces terminen a pedazos lanzados a alguna chimenea.
A George y Winifred Banks sus hijos les piden: “la niñera que buscamos…la queremos sin verruga, sin gruñir jamas, sabrá cantar, con las mejillas sonrosadas, muy alegre y confiada, que sepa hacer un buen pastel, silbar también, que a pasear nos lleve…que no huela a naftalina… si no nos riñe ni castiga siempre hemos de hacer lo que nos pida… a la espera quedamos Jane y Michel” Obsérvese que no demandan que les dejen a su aire hacer todo lo que quieren, sino una presencia nutricia, cálida y sostenedora. Una verdadera demanda de amor.
Las necesidades en la infancia
Los niños no sólo nos solicitan a través de pedidos directos, sino también por medio de sus conductas o ciertas dificultades. En el caso de Jane y Michel se expresan a través de su indisciplina, sus travesuras, su tendencia a escaparse y mantener en velo a su familia.
Los que trabajamos con niños sabemos que no es posible comprender un mal comportamiento sin ubicarlo en todo un entramado histórico y subjetivo familiar. Que surge en un contexto específico y que cuenta con un destinatario al que va dirigido el mensaje, no siempre consciente y sencillo de comprender, pero siempre presente. Así muchos niños de hoy nos muestran sus necesidades – no tan diferentes a las de los Banks – de ser contenidos, de contar con un límite claro y garante de seguridad, o nos expresan sus sufrimientos más profundos.
Mary Poppins con ojos de niños
No es raro que los niños – y los que alguna vez lo fuimos- , nos identifiquemos con esta demanda infantil, en la que todos en alguna medida pudimos sentir que no resultaba cubierta a la medida de nuestras expectativas. Y podemos haber novelado cambiar a cualquier papá o mamá simplón, interesados a veces por otras cosas, por alguien que nos cuide de esa forma tan maravillosa y afectuosa, siempre disponible, mágica, capaz de jugar, escuchar, afectuosa y divertida como Mary Poppins. Un papá infalible, una mamá capaz de todo, resignación que antes o después es inevitable en el desarrollo.
Mirando con ojos de niños: ¿quién no cambiaría por Mary a todas esas madres/niñeras brujas malas malísimas, – con verrugas por supuesto – insensibles y exigentes que por momentos se entregan a otras causas? ¿quién no haría trueque por un deshollinador tan permeable a la fantasía, al juego, la música y la imaginación, por alguno de esos papás muy ocupados que nos dejaban sintiéndonos por ahí abandonaditos y solos?
Mary Poppins con ojos de padres
Permitanme jugar y fantasear, dándole la vuelta al mágico «Supercalifragilisticoespialidoso» por el «Sodolipiaescotilisgifralicapersu». Y por eso ahora hablaré de Mary Poppins desde los ojos de las madres y los padres. De esos padres que en su intento de crianza se saben y reconocen con sus aciertos y sus fallas, sabiendo que ambas cosas son necesarias e inevitables.
Las madres del siglo XXI
Mirando Mary Poppins con ojos de madre, -y ya no de niña como tanto disfrutaba-, me imaginaba a las madres entretejidas y desdobladas en esos dos personajes: madre-niñera, bruja-afectuosa, mandona-cariñosa, ocupada con los compromisos de la realidad y a la vez dispuesta a ser de cada tarea cotidiana un juego o una canción. ¿Qué madre no es a veces mágica y sensible y otras una mujer trabajando y defendiendo el lugar de la mujer como la señora Banks? ¿No es este el reto de la maternidad y la paternidad en el siglo XXI?
Madres entregadas de cuerpo y alma en el primer tiempo, cuando la dependencia del bebé es absoluta, y saben acompañarlo ajustando su presencia cuando el niño es un poco mayor. Mamás que juegan a ser dragones, princesas y madrastras. Madres que no sólo saben alimentar a sus hijos, sino también que se nutren cada vez que sus cuentos les bastan para dormir… Y que en la vorágine del día a día, se reservan un espacio para conocerlos, observarlos, ver como se sienten y como están. Madres que saben que no necesitan saberlo todo, sino más bien ser capaces de acoger la incertidumbre, las vacilaciones, las angustias y los temores.
Mamás Poppins que lejos de dejar hacer todo lo que a los niños les diera la gana – confusión tan frecuente en los tiempos actuales- , consiguen convertir el momento de ordenar y del vestirse un encuentro contenedor, proveedor de seguridad y afecto. Unas mamás que, a veces, pueden dedicarse a sus cosas y necesitan compartir los espacios de crianza en los que imaginan que cuidan de sus hijos otras geniales y amorosas Mary Poppins o señores Bert.
Los padres del siglo XXI
Los padres también los podemos pensar como una mezcla de ese papá importante, algo cascarrabias y a la vez el padre soñador como el deshollinador Bert. Padres a los que hoy les incomoda jugar únicamente el rol proveedor, trabajador de antaño. Y que buscan oportunidades para poder ser un improvisado poeta, músico plural, capaz de convertirse en niño (sabiendo que no lo es), jugar carreras y bailar. Existen infinidad de padres capaces de convertir el hollín en una atmósfera de juego.
Algunas veces cansados, sin saber que hacer ante las emociones que sus hijos les convocan como el señor Banks ante Jane y George. Padres que a veces se asustan y prefieren dejar a sus hijos al cuidado del universo femenino, pero, que en otros momentos quieren llevar a sus hijos consigo y mostrarles el mundo. Papás deseosos de llegar a casa, después de una larga jornada, ponerse ropa cómoda y salir a volar cometas.
La contención en la infancia
De Mary Poppins suelen resaltarse los aspectos mágicos y tiernos en el cuidado de ella para con los niños, y poco, los que dan cuenta de sus gran capacidad contenedora que va ligada a la disciplina. ¡Sí, esa palabra hoy arrumbada en un cajón y tantas veces confundida con el autoritarismo! Pensemos que lo primero que indica Mary Poppins es un buen baño y recoger el cuarto a base de chasquidos y terrones de azúcar que quiten el amargor.
Aunque no nos guste – o nos cueste más que a los niños- , a los padres nos toca también ser el adulto que disciplina y corta el rollo como Mary Poppins en el chaparrón que los trae del mundo fantástico de la pintura callejera: «¡Es tarde y toca dormir!, ¡Ya comiste suficientes galletas!, ¡Es hora de irse a bañar!» Una madre/padre que establece rutinas, organiza el día (y la psiquis), transmite hábitos, ritmos… necesarios y contenedores, aunque hoy se los pase muchas veces por alto.
Pareciera que todo lo que implique alguna limitación se convirtiera en causante del sufrimiento o malestar a los niños. Padres que me dicen en consulta: «¿Cómo le voy a frustrar? ¿y si llora? ¿ si me pega? él no quiere… a él no le gusta lavarse los dientes… » Cuando por el contrario, una gran fuente del sufrimiento infantil hoy viene dada por la falta de contención, que no les permite acotar su mundo pulsional, y los deja librados a sus impulsos.
Padres que en estos tiempos impregnados de urgencia e inmediatez, tienden a interpretar de un modo literal lo que los niños piden e intentar concederles todo, – como si esto fuese posible-, con muchas dificultades para establecer normas, las cuales suelen resultar laxas e inconsistente, lo que los deja en las antípodas de propiciar una vivencia contenedora.
La vivencia de desamparo
Hoy el desamparo en la infancia viene dado por la ausencia de límites contenedores que pongan coto gradual a la vida pulsional de los hijos. Niños que quedan invadidos, desbordados, sin poder ser acompañados en el camino de las renuncias claves para su desarrollo. Chicos que quedan pegoteados a las pulsiones no acotadas de sus propios padres. En donde muchas veces se confunde y reduce la contención emocional a la mera cercanía física, que puede resultar sobreexitante e intrusiva. No podemos pensar en contención sino partimos de un espacio mental en los padres capaz de acoger a sus hijos respetando su alteridad y singularidad.
Así nos encontramos con niños que no pueden dejar de: moverse, comer, jugar a la Play, usar el móvil, interrumpir continuamente… Chicos que no saben jugar o dormir solos. Niños a los que en todo caso, si cabe, se los regaña, pero se los contiene poco. Niños de los que se espera que ellos mismos reflexionen sobre lo ocurrido y sean capaces de autorregularse solos desde edades muy tempranas y que muchas veces arrastran dimensiones desorbitadas de culpa.
Terrones de azúcar
Más allá de las profundas transformaciones sociales y familiares que se han dado desde que esta película fue creada, algo de ella permanece inamovible y tiene que ver con esa mirada sobre la infancia y sus necesidades, que hoy como ayer permanecen. Los niños siguen necesitando un adulto, que desde su asimetría sea capaz de transmitir seguridad y a la vez fomente la curiosidad por descubrir el mundo y disfrutar de la vida. Alguien que sea capaz de compartir un mundo de fantasías, que les cuente historias, les cante canciones y que disfrute sacándolos a pasear, pero también que sea capaz de instalar ritmos y habilitar espacios y que tenga capacidad de escuchar las demandas, siempre singulares, que los niños realizan.