Resiliencia – Psicología en Tenerife
¿Qué es la resiliencia? ¿De dónde surge? ¿Qué importancia tiene en la Psicología?
«Puedes creer, puedes soñar
y no apures el camino,
al fin todo llegará
cada luz, cada mañana,
todo espera en su lugar…»
Aprender a Volar Patricia Sosa
Resiliencia es un término de actualidad en la psicología propuesto por el psicoanalista, neurólogo, psiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik, que hace alusión a la capacidad humana de sobreponerse a las situaciones más dramáticas. Este vocablo proviene de las ciencias físicas y es definido por el diccionario Larousse como índice de resistencia al choque de un material.
Para Cyrulnik la resiliencia equivale a la resistencia al sufrimiento y abarca tanto la capacidad de resistencia ante el daño o herida psicológica como al impulso de reparación psíquica que nace de esa resistencia.
«La resiliencia no es un catálogo de cualidades que pueda poseer un individuo, sino que se trata de un proceso que, desde el nacimiento hasta la muerte, nos teje sin cesar, uniéndonos a nuestro entorno”.(Cyrulnik)
La banalización de la resiliencia
A veces nos encontramos con un uso banalizado de este término surgido de años de investigaciones sobre el trauma, lo traumático, y las posibilidades de reparación psíquica ante éstas experiencias.
Como la felicidad, la resiliencia tiene marketing y se ofrece como tesoro a conseguir, a mano de todo el que se lo proponga y por supuesto cargándole la responsabilidad personal del fracaso a quien no lo logre. Resiliencia confundida con voluntad consciente, optimismo, positividad, que de este modo pasa a convertirse en una exigencia más que nos puede dejar inmersos en constantes mensajes que nos llaman a superarnos, atravesar fronteras y luchar por metas que a veces pueden ser tan ajenas como retraumatizantes.
Metas generalizadas, masificadas, homogéneas, más ligadas a los ideales que a los deseos subjetivos de experiencia y cambio. Ofreciendo ante el dolor y las vivencias traumáticas objetivos de superación instantánea, descafeinada y aislada, como si el mero hecho de hablar de pasadita una vez el suceso devenido traumático sus efectos quedasen zanjados y sin conexión con la identidad actual.
El proceso de la resiliencia
Hablar de pérdidas, desilusiones, limitaciones parece hoy en día tomarse como discursos derrotistas, discriminadores o pesimistas. Vivimos tiempos más del goce ilimitado que de la aceptación de las limitaciones humanas, propiciando únicamente nuevos logros dejando de lado la necesidad de aprender modos para tolerar las pérdidas inevitables de la vida, algunas sumamente injustas e incomprensibles. ¿Cómo aceptarnos sin los bordes contenedores que nuestras propias y particulares limitaciones nos brindan? ¿Cómo valorarnos y desarrollar un criterio propio que nos permita luchar por aquello que nos mueve y nos vitaliza de manera singular?
El propio Cyrulnik nos ha alertado sobre el error de considerar la resiliencia como si se tratase de una cualidad del individuo, ya que no se es más o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades como la inteligencia innata, la resistencia al dolor, o la molécula del humor.
«La resiliencia no es ni una vacuna contra el sufrimiento, ni un estado adquirido e inmutable, sino un proceso, un camino que es preciso recorrer”. Cyrulnik
La resiliencia como proceso, requiere un devenir que a fuerza de actos y de palabras, inscribe nuestro desarrollo en un medio y escribe la propia historia en una cultura. Por consiguiente, no es tanto la persona la que es resiliente como su evolución y su proceso de vertebración de la propia historia. Esta es la razón por la que todas las personas que han tenido que superar una gran prueba describan los mismos factores de resiliencia.
Aspectos para pensar la resiliencia
1) El encuentro con un persona significativa
«Para decidir, para continuar,
para recalcar y considerar
sólo me hace falta que estés aquí
con tus ojos claros…”
Razón de vivir. Victor Heredia
Este encuentro con un otro, permite reanudar el vínculo y reorganizar la imagen que el herido se hace de sí mismo. Donde las fantasías frecuentes luego de un suceso dramático de ser malo y sentirse mal pueden ser transformadas tras el encuentro con alguien en un lazo afectivo que da lugar a que el deseo de sobreponerse tenga lugar.
Una maestra que devuelve las esperanzas a un niño con un comentario, un amigo que nos hace comprender que las relaciones humanas pueden ser gratificantes. Un cura que transfigura el sufrimiento en trascendencia, un jardinero, un comediante, un escritor, cualquiera puedo transmitir de manera genuina que es posible seguir adelante y «salir airoso» nos dice Cyrulnik.
Un reencuentro posibilitado por un encuentro primordial
De alguna manera este lazo significativo con otra persona más que un encuentro es un reencuentro con la vivencia de encuentro primaria con su figura de apego y seguridad (que suele ser la madre) en el recién nacido. Si sus primeras vivencias le han permitido presentarle gradualmente un mundo amable y valioso de conocer, en el cual se encuentra a salvo y acompañado, este vínculo tendera a repetirse con nuevos agentes amigo, pareja, maestra, terapeuta.
Por el contrario si su llegada al mundo y primeras experiencias se han visto impregnadas de desencuentros podrá reinar una cierta confusión y temor ante algunas experiencias. Aquí una nueva figura de seguridad posterior, de alguna manera podrá (cuando sea posible) reparar, nunca reemplazando el efecto del referente primario. El psiquismo humano no está determinado por las primeras vivencias pero sí que ellas pueden condicionar en cierta medida la mirada sobre el mundo ante las nuevas situaciones y vínculos interfiriendo la producción de cambios.
2) Posibilidad de dar sentido a lo ocurrido
«Sólo se trata de vivir
esa es la historia
con un amor, sin un amor,
con la inocencia y la ternura
que florece a veces
a lo mejor resulta bien…”
La vida es una moneda. Juan Carlos Baglieto
La posibilidad de hacer algo, dibujar, jugar, permiten dar sentido a lo que nos ha ocurrido, organizar la propia historia, comprendernos mejor y en los mejores casos aceptar. El valor del juego observado por Sigmund Freud del juego del pequeño Hans con su carretel, como intento de apropiación y elaboración de lo vivido. Brinda la posibilidad de realizar activamente lo vivido pasivamente y dar significado y subjetivar lo sufrido, temido, padecido.
Los adultos también jugamos, creamos, escribimos historias, poesía, vemos cine, nos emocionamos con el teatro, leemos novelas que nos permiten identificarnos y tramitar nuestras vivencias, narramos nuestros sucesos más intensos, hacemos fotos, cantamos canciones tristes, soñamos, entretejiendo nuestras vivencias, emociones en una historia que nos hace singulares. Tejido en el que siempre existe espacio para una puntada más.
Lo que insiste
En cualquier niño saludable vemos desplegar todas sus conflictivas mediante el juego, el dibujo y el discurso. Los niños dramatizan el ingreso al hospital del abuelito, el choque de mamá cuando iban en el coche, la pelea de papá. Cuando nos encontramos con la imposibilidad de jugar y jugarnos y de hacer algo con lo ocurrido, cuando se observan dificultades en la posibilidad de poner palabras, de ligar la emociones a lo ocurrido, de jugarlo, dramatizarlo, dibujarlo en niños y en adultos se requerirá una ayuda psicoterapéutica.
A veces nos encontramos con niños que no pueden jugar o que sólo lo hacen de una manera estereotipada y repetida, al igual que un adulto fijado una y otra vez en lo mismo del sueño traumático o en un repetir angustioso (flash-back postraumático) situaciones que dan cuenta de una imposibilidad elaborativa del suceso vuelto traumático. En éstos casos será necesaria una ayuda psicoterapeútica para que el niño o el adulto pueda apropiarse y dar significado de algún modo a lo vivido que ha quedado disperso, no integrado en el psiquismo. En terapia infantil es un signo de gran valor que un niño que no podía jugar acceda a esta herramienta tan valiosa que le permite subjetivar su realidad, apropiarse, entender, historizar.
Caminos diversos ante el dolor
«No pierdas la fe, no pierdas la calma
aunque a veces este mundo no pide perdón
grita aunque te duela, llora si hace falta
limpia las heridas que cura el amor…”
Aprender a Volar Patricia Sosa
En los tiempos actuales se ofertan dos vías diferentes para afrontar los inevitables infortunios de la existencia. Una dirigida a erradicar todo sufrimiento, como si esto fuese posible. Una propuesta tentadora que nos llama a esperar pasivamente el efecto de unos buenos productos químicos que supriman nuestros tormentos, llevándonos a los récords de consumo de todo tipo de fármacos especialmente antidepresivos. A pesar de las advertencias que las organizaciones de la salud realizan sobre el aumento de problemáticas asociadas a la depresión y los escandalosos números de suicidios en el mundo.
Si nuestro modo mayoritario ante el dolor se vuelve un constante y repetitivo consumo de objetos distractores, (consumos compulsivos, adicciones de todo tipo) aunque momentáneamente puedan resultarnos agradables no nos ofrecen factores de resiliencia que permitan la integración de las experiencias vividas. Distractores espress, superficiales, siempre a mano para pasar página y olvidar. ¿Olvidar? ¿Es posible olvidar algo que nos atañe y constituye nuestra identidad?
El trabajo de cicatrización
La otra vía menos pasiva y contemplativa, que requiere constancia y a veces se vuelve cuesta arriba y por consiguiente con menos marketing, nos muestra que la vida nunca carece de pruebas y que la elaboración de los conflictos y «el trabajo de resilienciarnos permite retomar el camino, pese a todo”. (Cyrulnik)
Anna Freud hablaba de que hay que golpear dos veces para conseguir un trauma. El primer golpe es real: nos han humillado, tenemos hambre, frío, nos han herido. Esto es una forma de sufrimiento, pero no es el trauma. Para que haya trauma es necesario un segundo golpe que va ligado a la representación personal de haberse visto humillado, abandonado, ignorado, utilizado.
Nos dice Cyrulnik que para curar el primer golpe, es preciso que el cuerpo y la memoria consigan realizar un lento trabajo de cicatrización. Y para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe, la persona tiene que cambiar la idea ligada a lo que le ha ocurrido. Lamentarse cada día, tratar de vengarse en vez de aprender a vivir otra vida, no permite salir reforzado de la experiencia vivida. Es necesario que logre reformar la representación de «su desgracia» y su puesta en escena ante los ojos de los demás. A la cicatrización de la herida real se añadirá la metamorfosis de la representación de la herida. A veces requiere poder realizar un arduo trabajo de poner palabras donde quizá nunca las hubo, a lo innombrable e inimaginable del trauma vivido.
“El acto de la simple palabra crea una separación que nos hace existir en calidad de sujeto, un sujeto cuya forma de interpretar el mundo es personal y única”. (Cyrulnik)
Un recorrido a transitar acompañado por un terapeuta que brinde un lugar contenedor donde el paciente pueda hablar y saberse escuchado y comprendido, paso a paso, sin velos en los ojos (del terapeuta ni del paciente), a pesar de las preguntas sin respuestas, de los horrores vividos y las emociones que han excedido a veces la posibilidad de integración para construir una historia que permita a la persona crecer a partir de la experiencia traumática.
La superación
«Conseguí superarlo» dicen con asombro las personas que han conocido la resiliencia cuando, tras una herida, logran seguir adelante. Pero este paso exige aprender a vivir de nuevo una vida distinta y ha supuesto preguntarse y encontrar modos de hacer con lo ocurrido. La herida sufrida, aunque cicatrizada, queda escrita en la historia personal, grabada en la memoria. Cicatriz que da cuenta de lo vivido, lograda siempre gracias a un largo trabajo del cuerpo y la psique.
“Para llegar a ser esa persona por cuya mediación llega la felicidad, es preciso participar en la cultura, comprometerse con ella, convertirse en actor y no seguir siendo un mero espectador.” (Cyrulnik)
Cuesta mucho aceptar que la cicatriz nunca es segura, que puede reabrirse con los golpes, que habrá que trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis y que jamas podremos olvidar lo pasado. Esto lo vemos con frecuencia en niños que han sido adoptados en la infancia, que al llegar a la adolescencia (con todos los procesos que implica en cuanto constitución de su identidad), necesitan saber de sus orígenes, pensarlo, imaginarlo o fantasearlo, en una nueva etapa de resignificación de sus vivencias tempranas de abandono y de sus aspectos más enigmáticos. A veces para malestar de sus padres adoptivos que después de años de cierta calma se encuentran con un nuevo nuevo despertar de dudas, preguntas, búsquedas de parte de sus hijos.
Sobreponerse
Una vez integradas las vivencias más dolorosas podremos salir reforzados pudiendo pensar en ese pasado que nos ha hecho ser quienes somos, de un modo que nos resulte más soportable. Esto significa que la resiliencia, el hecho de superar el trauma y salir enriquecido pese a todo, no tiene nada que ver con la invulnerabilidad ni con el éxito social.
«El simple hecho de constatar que un cierto número de personas traumatizadas resisten a las pruebas que les toca vivir , utilizándolas inlcuso en ocasiones apara hacerse más humanos, no puede explicarse en términos de superhombres o en términos de invulnerabilidad, sino asociando la adquisición de recursos internos afectivos y de recursos de comprtamiento durante los años difíciles con la efectiva disposición de recursos externos sociales y culturales» (Cyrulnik)
No se sobrepone el más fuerte sino el que cuenta con más recursos para elaborar su sufrimiento psíquico. El día que aceptemos por fin que sufrir no es señal de debilidad sino una oportunidad para comprendernos un poco más a nosotros mismos habremos dado un paso más para resilienciarnos.
Bibliografía de referencia:
Cyrulnik, B. (2002) «Los patitos feos» Ed. Gedisa. Barcelona.