Me siento triste… ¿Es una depresión?, ¿Voy a terapia?
¿Puede evitarse la tristeza?, ¿Se trata de una depresión?, ¿Cuándo es tiempo de ir a terapia? Suelen ser interrogantes que escucho con frecuencia en mi consulta. Donde el tan repetido y genérico «Vengo porque estoy deprimido/a…» da comienzo a un despliegue subjetivo, no siempre confirmatorio de este diagnóstico como tal. Donde abunda la confusión y a veces el desconocimiento sobre la posible ayuda oportuna, más allá de la medicación -con frecuencia ofrecida como primer o única alternativa-. Situaciones donde suelen confundirse sentimientos de tristeza, tránsito de duelos inevitables, con estados melancólicos de diversa gravedad.
Veremos en este artículo como interrelacionan estos estados y las posibilidades que la terapia psicoanalítica ofrece en busca del bienestar.
El deber de ser feliz!
Hoy vivimos una época en donde se nos exige sentirnos felices por encima de todo. Con mandatos que solicitan pasar página de inmediato, empezar de cero ante cualquier traspié, sonreír a pesar el dolor. Vivimos bombardeados de mensajes como: ¡Rodéate de gente positiva! ¡Relájate! ¡No pienses tanto! ¡Tienes que ser fuerte! ¡No te preocupes!¡Vive el ahora! ¡Sonríe más! ¡Aumenta tu Resiliencia! Pareciera que sentirse triste, angustiado, preocupado no tuviera lugar. Y quién así pudiera sentirse, pudiese volverse un melancólico o no fuese lo suficientemente fuerte, de este modo catalogándolo de sensiblón, miedica o blando. Como si la tristeza fuese contagiosa hoy se huye del que así puede sentirse.
Vivimos con la exigencia de ser feliz ante todo y rodeados de ofertas para conseguirlo: libros de autoayuda, indicaciones farmacológicas ofertas de soluciones urgentes, rápidas, suaves; que casi como sin darse cuenta uno pudiesen restablecer el bienestar y brindarnos la tan ansiada felicidad.
Este artículo tendría mas prensa llamándose: «Claves para la felicidad», «Soluciones sin dolor», «Aprender a sonreír» … pero las cosas no son tan simples como un buen marketing. La vida reconforta pero para ello hay que poder atravesar los baches que nos tocan, aceptar lo perdido para construir desde lo posible.
La tristeza
De la tristeza se sabe que es una emoción básica y por lo cual cumple su función, pero nadie quiere sentirla. Quién a pesar de resistirse al desconsuelo no encuentra el modo de encontrarse mejor, ni la ayuda oportuna, suele experimentar una gran incomprensión o extrañeza con respecto a quienes le rodean, por apenarse en situaciones que aparentemente no debiesen -desde la mirada de otro- afectarle de ese modo. Así puede vivirse con una exigencia desmedida de reponerse tras una ruptura, después de la pérdida de un ser querido, luego de la intensa vivencia de la maternidad, atravesando una enfermedad o una migración… por nombrar sólo algunas de las situaciones que requieren un cierto proceso de duelo -ajuste psíquico que acompaña los cambios- en los que la tristeza, la apatía, el miedo pueden ser inevitables.
El duelo
«¿Dónde estarán? Pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera ser el Hoy, el Aún y el Todavía…»
El Tango. Jorge Luis Borges
El duelo requiere ser enfrentado con sus etapas y sus tiempos para no quedar encapsulado y arrebatarnos una parte de nosotros mismos. Una de las etapas es la negación, pero prolongarla más de la cuenta genera un estancamiento en el proceso del duelo. En un momento hay que reconocer la pena, aceptarla sufrirla, llorarla y darle un lugar. Las pérdidas dejan cicatriz como tinta indeleble, se miren o no se miren siempre estarán ahí. Pero, no tienen que permanecer a herida abierta. Sus marcas nos acompañan a lo largo de la vida pero ya sin dolor, sin sangrar en cada raspón. Entre los duelos inevitables más frecuentes encontramos los ligados a experiencias migratorias, rupturas de pareja, enfermedad grave, pérdidas gestacionales, pérdidas de un ser querido, de un trabajo, de un status social, los característicos de la adolescencia de la infertilidad y la menopausia, por ejemplo.
El duelo suele ser un proceso largo, doloroso y pasajero. El duelo es normal, confundirlo con algo patológico, medicarlo, nos impide digerirlo, elaborarlo. En vez de pasar página es cerrar el libro completo. Y en las historias hay que leer o escribir página por página, entender de que va, comprender cada capítulo. ¿Qué historia nos queda cerrando en el capítulo 2? Una narración a saltos, incoherente…sin final.
Los duelos necesitan hacerse historia, poder narrarse y enlazarse con un presente y un futuro que ya no eviten a toda costa el dolor inevitable. Al psiquismo humano evitar y evitar como único mecanismo el dolor le provoca un gran desgaste que puede dar lugar a una amplia sintomatología, en estos casos la ayuda psicológica debiese estar siempre disponible.
Las depresiones
Muchas veces se escucha decir: «Hoy estoy deprimido» mostrando una tendencia a confundir una alteración del estado de ánimo que es la depresión -en sus distintas modalidades-, con una emoción básica y universal como la tristeza. Trivializar un cuadro depresivo que puede requerir tratamiento profesional es terriblemente iatrogénico.
La depresión es una afección que observamos en la infancia, en la adolescencia y en la adultez. La depresión no es uniforme y puede tener diversos modos de manifestarse no siempre por conductas apáticas o al desgano, sino que la encontramos también manifestarse a través de conductas impulsivas, irritabilidad y manía. (Ver más características) También se manifiesta en distintos niveles de gravedad, siendo los estados melancólicos profundos los que cuentan con un pronóstico más complejo.
La terapia psicológica
«En un instante que hoy emerge aislado,
sin antes ni después, contra el olvido,
y tiene el sabor de lo perdido,
de lo perdido y lo recuperado»
El Tango. Jorge Luis Borges
Cuando la tristeza se instala, cuando la voluntad de cambio no basta, cuando ciertas heridas parecen no sanar, o cuando el pasado siempre es presente, la terapia psicoanalítica puede ser de gran ayuda. No existen patrones que definan cuando es tiempo de pedir ayuda, sino que se trata de diversos grados de sensibilidad, siempre subjetivos.
Puede que una persona que está sufriendo haya intentado muchas cosas en su búsqueda de sentirse mejor, y que seguramente haya recibido bien intencionados consejos y recomendaciones de sus seres queridos, puede que haya puesto una enorme fuerza de voluntad y a pesar de todo esto no haber podido llegar a sentirse mejor incrementando su frustración.
Esto sabemos que sucede -desde que Freud nos ayudase a comprenderlo- porque para poder dar lugar a cambios genuinos hace falta poder vencer las resistencias presentes -no siempre conscientes- en toda voluntad de cambio. El ser humano tiene deseos contradictorios, por eso junto al deseo de cambio encontramos un deseo de permanecer en lo mismo. Vivimos en un continuo vaivén entre nuestros deseos de cambio y de permanecer idénticos.
Por eso, para conseguir cambios genuinos -cuando hay sufrimiento- hace falta un trabajo psicoterapeútico que ponga de relieve la historia personal, nuestros ideales, las relaciones significativas y específicamente el modo en que nos vínculamos con el entorno y los que nos rodean. Desde esa mirada compleja de la subjetividad humana podremos en un recorrido conjunto entre psicólogo y paciente -ambos conscientes de sus límites y en un contexto de respeto mutuo-, iniciar un recorrido para encontrar juntos la mejor cura posible. La terapia es un camino sin prisa pero sin pausa que no se vale de atajos, pero que cuanto más se avanza mas reconforta.